La transición en el relevo presidencial en otros países suele ser corta y normada. No ven por qué tiene que ser prolongada. En México este año será de cinco meses, antes era de seis. Se redujo pero sigue siendo muy extensa. Por otra parte, en los países donde el poder es meramente institucional, los equipos de gobierno saliente y entrante programan la entrega de cuentas y oficinas. No se deja mucho margen, o quizá nada, a la espontaneidad o al arbitrio del o la Presidenta saliente. En México parece que esos asuntos se dejan al azar o al acuerdo político circunstancial de quien entra y quien sale.
Y lo absurdo de todo es que el presidencialismo en México es tan poderoso y centralista que las transiciones de cambios de gobierno a nivel estatal o municipal, imitándolo, son igual de absurdas. Son larguísimas y no están claramente reglamentadas. Por ejemplo, Estrella Palacios Domínguez, Presidenta electa de Mazatlán, tendrá que esperar hasta noviembre para asumir el poder y los encuentros de la transición con el Alcalde Édgar González y su equipo son prácticamente al arbitrio de éstos.
Jorge Castañeda, estudioso de esos temas, sobre todo en su libro “La herencia” y en un artículo periodístico reciente, comenta cómo fueron las transiciones desde el sexenio de Luis Echeverría. La actual, de López Obrador a Claudia Sheinbaum, en efecto, es muy diferente a todas.
Mientras en todas las anteriores hubo un traslado parcial del poder del Presidente saliente al entrante, con la excepción de Peña Nieto que cedió mucho a López Obrador, la de éste a Claudia está sucediendo sin que AMLO ceda un milímetro de poder. Al margen de que la personalidad de López Obrador, quien evidentemente goza el poder hasta la médula, influye en el ejercicio de un presidencialismo extremo, lo cierto es que el deseo del macuspeño de modificar radicalmente la Constitución en búsqueda de un régimen político centralizador, muy parecido al priista clásico, lo ha llevado a conducir el proceso de reformas constitucionales y mantener las riendas, sobre todo la que se refiere al Poder Judicial, hasta el último día de su gobierno. No confía en Claudia ni en nadie para hacerlo. Y, al parecer, nada lo detendrá, ni siquiera las enormes presiones de Estados Unidos y Canadá.
Si AMLO apuesta a que, más allá de las declaraciones de los embajadores y las secretarías responsables de los asuntos exteriores de los dos países, ni Estados Unidos ni Canadá se atreverán a cancelar el T-MEC como respuesta a las reformas constitucionales que el inquilino de Palacio Nacional ha impulsado, es porque sabe que los vínculos comerciales y de inversión son tan diversos, complejos y grandes entre los tres países que es prácticamente imposible desmontarlos sin dañar gravemente las estructuras económicas de la triada. No obstante, lo que sí puede suceder es que el ritmo de crecimiento del T-MEC se ralentice y eso dañe más a México que a los otros dos países.
En realidad, lo único que le importa a Estados Unidos y Canadá es que los intereses de las empresas de sus países no sean afectados. Si el poder político en México, concentrado en la Presidencia, mantiene la estabilidad política y social, las potencias no intervendrán más. Si en los tiempos del presidencialismo imperial priista no les importó la división de poderes y el dominio por décadas de un partido prácticamente único, ahora tampoco les va a importar el dominio morenista sobre los tres poderes.
A Estados Unidos, en particular, lo que sí le preocupa en extremo es, por un lado, la migración que pasa por México y cruza a sus fronteras, y por otro, el creciente poder de los cárteles de la droga en México, particularmente los que producen fentanilo: es decir, el de Sinaloa y el de Jalisco Nueva Generación, por eso la detención de ”El Mayo” y los arreglos con “Los Chapitos”. Sin embargo, eso no deja claro aún que vaya a cesar o por lo menos a disminuir el tráfico de fentanilo a Estados Unidos.
Ahora bien, es prematuro afirmar que Claudia Sheinbaum vaya seguir al pie de la letra las políticas de López Obrador en materia de seguridad y migración, aunque el caudillo moreno ha hecho todo lo posible para que así sea. Lo cierto es que la política de los abrazos y no balazos frente al crimen organizado no se puede sostener más, ha sido un fracaso total. Pero también es cierto que regresar a la guerra contra el narco, al estilo de Felipe Calderón, sería un error todavía más grave. La Presidenta tendrá que ser extremadamente sabia para definir una estrategia diferente para disminuir la violencia y la inseguridad, mantener la estabilidad y no provocar la salida de capitales extranjeros y nacionales.
Claudia tiene una forma de hacer política diferente al de López Obrador, pero es obvio que comparten idearios partidarios. Lo que no sabemos todavía es si una personalidad distinta, una formación intelectual contrastante y un origen político diferente en Claudia Sheinbaum vayan a estructurar un estilo de gobierno que establezca una visible distancia de Andrés Manuel López Obrador. Por lo pronto, en la conformación del Gabinete en una mitad se ve la mano de ella y en la otra mitad la de él.
Cuando Andrés Manuel López Obrador vino a Sinaloa como parte de su campaña a la Presidencia de la República fue muy crítico del papel de Héctor Melesio Cuén en la UAS. Al menos en el mitin de Mazatlán, justo enfrente de la escultura del venadito que goza eternamente la brisa del Pacífico, habló con mucha fuerza de la intromisión ilegal del ex Rector y del PAS en la casa de estudios y dijo que iba a terminar con esas prácticas porque él no iba a permitir la corrupción en ningún lado. (El video donde se escuchan sus palabras todavía se puede encontrar en las redes). Muchos universitarios pensaron que, con el objetivo de combatir la corrupción, López Obrador, ya como Presidente, contando con la Unidad de Inteligencia Financiera y la SEP, combatiría de frente el cacicazgo en la Universidad Autónoma de Sinaloa. Pero eso no sucedió. ¿Por qué? Quien sabe. En ese tema dejó solo a Rocha Moya. Esperemos que eso no suceda con la Presidenta Sheinbaum Pardo.
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