Todas y todos tenemos el recuerdo de un amor de verano; un amor en algún lugar que visitamos de vacaciones. Es muy probable que se haya tratado de un romance intenso pero fugaz, seguramente en su juventud. Prometieron mantener la comunicación, pero ésta se perdió a los pocos días. Sin embargo, aquella persona quedó en su memoria para el resto de sus vidas.
Este tipo de relaciones amorosas, de vacaciones o de verano, han inspirado a artistas y poetas de todo el mundo. La práctica del turismo tiene esa “magia”, de desinhibir a la persona que se desplaza a un lugar diferente al de su residencia habitual por un determinado tiempo. Y es que, al estar lejos de casa, y lejos de la mirada de los compañeros de trabajo o familiares, se tiene la sensación de ser una persona diferente. Por un conjunto de razones, que han sido estudiadas desde las ciencias sociales, el desplazamiento turístico parece funcionar como un amplificador de los sentidos.
Al terminar las vacaciones, los enamorados regresan a sus vidas cotidianas, ya sea en otras entidades de la República o el extranjero. Las experiencias vividas han sido intensas, pero ahora cada quien vuelve a su entorno de costumbre. Las anécdotas, tanto para hombres como para mujeres, sólo quedan en la memoria.
En cada verano, o incluso por fines de semana, me he dado cuenta de que los turistas que visitan Mazatlán, se desinhiben en su comportamiento; exponen sus cuerpos en la playa y fantasean con tener un romance de este tipo. Para los habitantes locales también es el tiempo oportuno para contactar con una turista. Las playas particularmente, son espacios que construyen esos imaginarios de libertad; el clima cálido permite usar ropas ligeras y suspender temporalmente las normas convencionales.
En ese contexto lúdico, los encuentros sociales son inevitables; ya sea con otros turistas o con habitantes locales, los visitantes suelen tener relaciones amorosas de corto plazo y que, por consentimiento mutuo, quedan atrás una vez regresando a casa. No estoy hablando aquí del turismo sexual, ese que se basa en una relación transaccional, sino a lo que autores como Prat Forga, han denominado “turismo erótico”.
Al parecer, cuando se trata de la práctica de turismo internacional, la experiencia es más intensa, pues el contacto con una cultura distinta a la propia genera un mayor erotismo. En Mazatlán no es la excepción, históricamente ha ocurrido así. Por ejemplo, recuerdo aquellos años noventas cuando llegaban cada primavera desde Estados Unidos los “springbreakers”. Para muchos habitantes locales era impactante e inmoral el comportamiento desatado de los jóvenes universitarios que tenían fiestas prácticamente todos los días.
Para otros jóvenes locales (como yo) era una oportunidad para entablar una relación con una turista extranjera. En todos los casos se trataba de relaciones breves. Seguramente para ellas, también era una experiencia exótica el conocer y entablar una relación con un chico mazatleco.
Y es que, la erotización de la ciudad también la construyen los habitantes locales; todas y todos forman parte del paisaje turístico. Por ejemplo, hay mujeres norteamericanas y europeas que viajan a Jamaica debido al imaginario del hombre rasta. O a Hawaii, con la idea de contactar con un beachboy o una “hula girl”.
Una vez que terminan las vacaciones, los viajeros vuelven a su vida real. El imaginario turístico queda atrás, pero las anécdotas, experiencias y amoríos quedan en la memoria hasta la próxima visita. Como dice una famosa canción: “Vendrán otros veranos y vendrán otros amores”.
Es cuanto...
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