Anhelos de poder y democracia

ALDEA 21
    En Sinaloa, como en el resto del país, los que votaron en la última elección, a pesar de las decepciones de algunos legisladores y gobiernos de Morena, esperan con esperanza que esta vez, lo ofrecido se realice en los nuevos congresos y gobiernos.

    Al parecer en los últimos 40 años estos dos conceptos y aspiraciones políticas de poder y democracia se han vuelto dos pequeñas y escurridizas piedras que en el camino de nuestra historia se topan siempre una con la otra sin dejar que cada una de ellas cumpla sus propósitos en la complicada y diversa relación de los humanos en sociedad. Según los historiadores el concepto de democracia tiene presencia hace 2 mil 600 años en occidente. En lo que corresponde a mi generación nacida en los años 60 y las posteriores, el uso del poder y las promesas de la democracia en las últimas cuatro décadas, si bien no lo parece, han determinado nuestras vidas en todos los sentidos.

    Aunque habría que reconocer que las aspiraciones de la democracia, entendida como una forma de igualdad y justicia, han estado presentes en la disputa por el poder desde la lucha por la Independencia, la Guerra de Reforma, la Revolución Mexicana y ahora en la llamada Cuarta Transformación, como lo explica continuamente el Presidente López Obrador, que después de un periodo de regímenes neoliberales corruptos, se propuso iniciar en su gobierno un cambio histórico que promete mayor democracia y un poder al servicio del pueblo y particularmente para los pobres.

    Conocer la historia es la mejor manera de entender como sociedad nuestros ánimos y desalientos en el presente. En 1981 el prestigiado abogado y sociólogo mexicano, Pablo González Casanova, escribiría que el mayor problema de la democracia en México no sólo es del sistema político, sino que también es un problema de Estado, pues la democracia no es nada más un problema político, sino un problema de poder. Trasladando a nuestros días este razonamiento de hace 40 años, se observa que al igual que antes, los que ahora gobiernan tienen claro y entienden muy bien cómo los gobiernos neoliberales saquearon las finanzas públicas y entregaron el control económico a empresarios nacionales y extranjeros. Sin embargo, en lo que va de estos primeros tres años, no siempre parecen entender con la misma profundidad en lo concerniente a los actuales gobiernos en los estados y municipios del país.

    Si hacemos una analogía del “Discurso por la democracia” de González Casanova pronunciado en 1984 al recibir el Premio Nacional de Historia, Ciencias Sociales y Filosofía, bien pudiéramos plantearnos la necesidad de que para entender la política de cambios profundos que plantea el gobierno de la 4T, es indispensable entender también que en la realidad, hay una contradicción entre esa política y la que en el interior de las entidades no logra las mediaciones necesarias para que las promesas de democracia se expresen más concretamente en el sistema electoral, en las instituciones de los gobiernos locales, en la cultura, y en sus políticas para alcanzar un progreso con justicia social; fenómenos a los que nos referimos con entusiasmo simbólico y con escepticismo práctico, como si los anhelos de la democracia popular, fueran a la vez un símbolo respetable y al mismo tiempo una práctica ilusoria para el sentido común.

    En Sinaloa, como en el resto del país, los que votaron en la última elección, a pesar de las decepciones de algunos legisladores y gobiernos de Morena, esperan con esperanza que esta vez, lo ofrecido se realice en los nuevos congresos y gobiernos.

    Ayer el Presidente citó la historia de la Independencia de México, en la que se proclamó la abolición de la esclavitud, señalando que lo que en realidad sucedió fue un reacomodo de las élites criollas con la misma estructura de opresión y privilegios. En lo democrático, dijo, ni la Revolución Mexicana pudo establecerla, pues se fundó un partido de Estado con un sistema electoral de partidos satélites y un poder presidencialista, hasta la llegada de Vicente Fox a la presidencia en el 2000 y su consabida traición a la democracia al apoyar el fraude de 2006.

    Por eso la importancia de la historia y sus pensadores, como González Casanova, que plantea que aceptar la democracia con todas sus consecuencias es no quedarse en la abstracción de la democracia para las facciones de las élites dominantes, que por el contrario se acepte el diálogo y la negociación con la clase trabajadora, y que el Legislativo pueda discutir a fondo proyectos de ley tomando en cuenta el pensamiento de la minoría parlamentaria y la opinión y argumentación de sindicatos y organizaciones sociales.

    De otra manera, esta utopía llamada democracia, tendrá que esperar otra vez en el tiempo, detenida en el verbo de la demagogia, apelando siempre a los deseos y sentimientos de la población para volverla de nuevo en una farsa más de la política.

    He conocido durante todos estos años a integrantes de los partidos políticos, unos jóvenes y otros no tanto, de izquierdas y derechas, en la oposición y en el poder, que confiesan no creer más en utopías. Una experiencia algo decepcionante sin duda, sobre todo en tiempos en los que se viven cambios históricos. Pero me quedo con la idea del cineasta argentino, Fernando Birri, que explica que la utopía está en el horizonte, que si caminas dos pasos, ella se aleja dos pasos, y el horizonte se corre diez pasos más allá. ¿Entonces para qué sirve la utopía? Para eso, sirve para caminar...

    Hasta aquí mis reflexiones, los espero en este espacio el próximo viernes.

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