Aquí en Culiacán todos tenemos un compa

26/09/2022 04:00

    Me dedico a la ubereada para completar los gastos de la casa.

    Me junté con la morra y pues hay que completar para la comida, la renta, el pago del carro y ahora que viene el bebé.

    La verdad es que me gusta mucho trabajar así, porque desde niño quise manejar carros.

    Crecí viendo a mi papá, que tenía una camioneta para el trabajo y un carro para tirar barra, pero nunca me quiso enseñar a manejar.

    Decía que a él nadie lo había enseñado, que aprendió solo y que lo hizo en un camión de carga, de esos grandes, de ocho velocidades y que tenían reach por un lado.

    Y aunque muchos pensarán que es más peligroso trabajar de noche, a mí los mayores peligros me han pasado de día, al volante, contra puro plebe pendejo abusón.

    Una vez iba por Ciudades Hermanas, transitando de poniente a oriente, justo en ese lugar donde hay un semáforo, donde los cuatro carriles se vuelven dos.

    Cuando el semáforo se puso en verde, yo avancé y de frente un Cutlas oscuro, de unos morros que se metieron en sentido contrario, me quedaron de frente.

    “¡Quítate a la verga!”, me gritaron.

    Yo me enojé, les dije que estaban bien pendejos, que ellos venían mal.

    Entonces uno de ellos, el copiloto, enseñó la pistola, meciéndola a la altura del pecho.

    “Que te quites a la verga”, gritó de nuevo el conductor.

    Yo, con un Aveo azul que traía, me pude hacer a un lado para dejarlos pasar y con ellos una estela de perfume de mariguana quemada.

    Otra vez me pasó que iba para Los Ángeles, por un cliente, llegué a la gasolinera casi del entronque con la carretera a Imala, y ya sentía que algo no andaba bien.

    Tomé el camino, y más adelante, antes de llegar a Los Ángeles, había un tráfico inusual.

    Mis alertas, como el cuero chinito, se encendieron cuando sentí que mi carro estaba siendo empujado por el que estaba atrás de mí.

    Era un mustang viejón, parecía balde de noria, y era el mismo que venía chingue y chingue con el pito desde un rato atrás.

    Me hice a un lado para que pasara y vi que también eran puros morros, con corridos a todo volumen y bien locos.

    El congestionamiento se fue desvaneciendo y eventualmente avanzamos.

    Yo seguí mi camino y resultó que era el mismo de los morros del mustang.

    Cuando ellos se dieron cuenta, se detuvieron junto a mi lado.

    “Bueno morro, ¿qué traes?, ¿la vas a hacer de pedo?”, me reclamó el copiloto.

    Cuando terminó la frase sacó una pistola que recargó en su ventana para que yo la viera.

    “No, no traigo nada”, les dije titubeante.

    “Entonces, ¿por qué nos sigues?”, insistió el agresor.

    “No, compa, lo que pasa es que yo voy para acá, para este lado, por un cliente”, expliqué.

    “Bueno, pues, póngase verga”, amenazó.

    La verdad es que esa vez pensé que me iría peor, pero ahí murió la bronca.

    Lo más absurdo creo que fue lo que me pasó con unos punteros en Las Coloradas.

    Subí y dejé un cliente en la parte plana que hay arriba en la loma, y después de despedirme, decidí regresarme por el mismo camino, por lo que di toda la vuelta y por un momento quedé atravesado en la calle.

    Me sorprendió muchísimo escuchar un golpazo en la parte de atrás, en el guardafango trasero del copiloto.

    El problema es que un puntero en su italika venía en madriza por esa calle, no contaba que estaba atravesado, quiso frenar, derrapó y se embarró en mi carro.

    Yo me bajé de inmediato, le pregunté que si estaba bien y comenzó el pedo.

    “Hijo de tu puta madre, ¿por qué te me atravesaste?”, reclamó airado.

    “Orales, yo vengo ayudarte y te pones pendejo”, le dije.

    “Espero que traigas dinero para pagarme el golpe de la moto”, insistió.

    “¿Qué te voy a pagar?, si tú tuviste la culpa, y el chingazo que me dejaste en el guardafango, ¿quién me lo va a pagar, a ver?”, le dije.

    “Oye, se ve que no sabes quiénes somos, ahorita le voy a hablar a mi gente...”, dijo casi balbuceando.

    “Pues háblale a quien te dé la gana, pero no te voy a pagar, tú tuviste la culpa”, le dije.

    La verdad es que me quedé por unos momentos, para ver si venía alguien, por precaución yo ya tenía el número de un compa, que también las puede y de por aquel lado.

    Y al final sólo llegó otro puntero, queriendo cagar el palo y de volada le puse freno.

    “Que te dé el celular de pérdida”, propuso el recién llegado.

    “Pues me lo irás a quitar tú”, le contesté.

    La verdad es que aquí en Culiacán uno nunca sabe con quién se mete.

    Esos plebes estaban muy alucinados y alzados. ¿A quién se atenían?, quién sabe, pero igual se pueden topar con pared.

    Aquí en Culiacán todos tenemos un compa que está enredado en la mafia y que nos puede hacer un paro.

    Una vez andaba para Barrancos y me pararon unos morros en una moto.

    Dijeron que fulano me andaba buscando.

    “Se me hace que se está confundiendo, compa”, les dije.

    “No, aquí quédese, porque ahí viene el patrón”, recalcaron.

    Les expliqué que yo era uber, que acababa de dejar un viaje para aquel rumbo y no les importó.

    Supongo que andaban buscando a otro compa con un carro igual al mío.

    Ahí sí tuve que hablarle a mi compa.

    Llegó en un camionetón, traía a otros tres vatos armados que no hubo necesidad de que se bajaran.

    Mi compa empezó cachetear a los punteros, hasta que ya pidieron perdón y dijeron que sí se habían equivocado.

    Resultó mi compa ser el patrón del patrón de ellos.

    Te digo, aquí en Culiacán uno nunca sabe con quién se mete.