Quien ejerce un liderazgo, entre otras cosas, se convierte en referente de conducta para su colectivo; en un factor de unión entre su comunidad y de él, se espera que se haga presente en los momentos de crisis que sufran sus agrupados, bien sea de manera presencial o con las palabras de aliento que nunca están demás en los momentos de dolor, en los cuales, el apapacho solidario es recibido por el doliente, como un dulce bálsamo para su dolor.

    Al respecto, recuerdo que en octubre del 2010 se dio el rescate de 33 mineros chilenos que estuvieron atrapados en una mina a lo largo de 70 días. Durante todo el difícil trayecto de la milagrosa operación de salvamento, que duró alrededor de 22 horas, estuvo presente Sebastián Piñera, el Presidente de la tierra de Pablo Neruda.

    La presencia del mandatario chileno en la mina de San José de Atacama, lugar de los hechos, quedó grabada en mi memoria como un ejemplo de liderazgo y solidaridad con sus gobernados. No sé si el señor Piñera lo hizo por demagogia, lo que me queda claro, es que cumplió a cabalidad con su obligación de mostrarse solidario en un momento de crisis para los afectados, para el sector minero y para la sociedad en general.

    Para fortuna de todos, los trabajadores que el 5 de agosto del 2010, quedaron atrapados a 720 metros de profundidad, fueron rescatados con daños menores y Piñera dejó perpetuada la imagen de un Presidente que supo asumir a plenitud el papel de liderazgo solidario que le correspondía.

    A contracorriente de lo comentado, el Presidente de México ejerce un liderazgo que no alienta la unión entre los gobernados y en una desagradable y reprobable actitud, no dio ninguna muestra fraterna con los afectados del descarrilamiento de la Línea 12 del Metro; por el contrario, consideró como hipocresía el presentarse en el lugar de los hechos, mandando al carajo a todos aquellos que le reprocharon su ausencia en la tragedia y su parquedad ante los hechos.

    Pero no solo eso, tampoco reaccionó de forma inmediata para exigir que se atendiera con prontitud a las víctimas del fatal accidente, y a la fecha, tampoco ha demandado a las autoridades de la CDMX para que se deslinden responsabilidades caiga quien tenga que caer, pagando las consecuencias que les correspondan.

    La actitud del mandatario federal resulta totalmente contradictoria, ya que por un lado promueve la estrategia de besos y abrazos para combatir la delincuencia, expresiones que les niega a los afectados en el accidente del Metro. “Mi no entender”, dijera el gringo.

    Como tampoco puedo entender, mejor dicho, aceptar, la frialdad con la que ha tratado a los grupos de ciudadanos que se han dedicado a dar con el paradero de los suyos, arrancados del seno familiar por la gente sin ley que continúa ejerciendo a sus anchas su perjudicial quehacer, engrosando las cifras de desapariciones forzadas y de crímenes, bajo el manto de la impunidad, otro de los grandes males nacionales, sobre el cual, no se ha notado la influencia del gobierno de la llamada 4T.

    Para darnos una idea de la gravedad del problema de las desapariciones forzadas, las autoridades federales aceptan que, del 2006 al mes de abril del año en curso, suman más de 85 mil casos de desapariciones forzadas de personas, a lo cual, habría que sumar las que no se denuncian, por la falta de confianza en las autoridades investigadoras. Miles de vidas, cuyo paradero ha quedado en la dolorosa incertidumbre y que ponen en duda, cualquier presunción de paz social.

    Besos y abrazos para la delincuencia como medio para apaciguar a sus actores, no es un mal planeamiento, pero no se vale que al ciudadano ordinario, se le niegue el mismo trato ¡Buenos días!

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