“El hábito no hace al monje”, dice un refrán, y otro añade: “pero cómo le ayuda”. Esa peculiar prenda o uniforme permite reconocer rápidamente a una persona consagrada. Incluso, posibilita distinguir entre miembros de órdenes religiosas diferentes, merced a que presentan características particulares de color, grosor, forma, textura, manto, capa, entre otras.
Se le llama hábito porque es una vestimenta que se usa cotidianamente. Es decir, es una manera de vestir que se ha vuelto ya una constante y una costumbre.
Así como acontece con el vestido exterior sucede, también, con el vestido interior. Cada persona norma su conducta a través de determinados hábitos que adquiere y realiza de manera sistemática. “Somos lo que hacemos día a día. De modo que la excelencia no es un acto, sino un hábito”, señaló Aristóteles.
Un hábito es un modo peculiar y repetido de obrar mediante el cual se forja el carácter de la persona. Es el comportamiento habitual o manera de conducirse del individuo, que se repite a veces hasta de modo inconsciente.
Existen hábitos buenos y malos, dependiendo de si ayudan o perjudican la realización de la persona. Los buenos proporcionarán mejores condiciones de superación y desarrollo, mientras que los malos causarán deterioro, tristeza e insatisfacción. Los primeros contribuirán a lograr el éxito, los segundos al fracaso.
Los buenos hábitos no nacen al azar, sino que se fraguan con determinación, disciplina, esfuerzo y perseverancia. Aristóteles señaló acertadamente que la excelencia no se consigue en un día, mediante un solo acto, sino con una actitud formada por una repetición de actos, que es lo que forma un hábito.
“Los hábitos son como hebras. Si día tras día las trenzamos en una cuerda, pronto resultará irrompible”, dijo el filósofo estadounidense Horace Mann.
¿Forjo buenos o malos hábitos?
@rodolfodiazf