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"Opinión"

"Cada quien ve lo que quiere"

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19/01/2018

    Arturo Santamaría Gómez

    santamar24@hotmail.com

     

    El actual contexto histórico mexicano, y más particularmente el proceso electoral por el que pasamos, nos demuestran la enorme elasticidad o, si ustedes quieren, la relatividad de los conceptos en el análisis político.

     

    Los prismas ideológicos siempre han influido para ver la realidad, o las realidades, de diferente manera. Dependiendo del que poseamos veremos las cosas de una u otra forma. Ya sea en el pasado o en presente, un individuo o un grupo, dependiendo de su orientación ideológica, para ya no hablar de su condición social, podían o pueden ver en otro individuo, en un partido o en un movimiento, la extrema izquierda o la extrema derecha, la izquierda moderada o la derecha moderada; o como se dice mucho en el México contemporáneo: la izquierda moderna o la derecha civilizada, y así, casi hasta el infinito.

     

    El debate de la objetividad y la cientificidad de las ciencias sociales, y más particularmente de la objetividad de la ciencia política, es eterno e inagotable. Y lo mismo sucede en el periodismo. En realidad, la objetividad, tal y como se entiende en las matemáticas, no existe en las ciencias o disciplinas que estudian a la sociedad.

     

    Valga lo anterior para comentar el debate político electoral de este año.

     

    Para un amplio número de comentaristas de los medios de comunicación del País, con intenciones golpeadoras o posturas intelectuales genuinas, Morena y López Obrador se sitúan en la extrema izquierda del espectro partidario mexicano. Y en cambio otros los situamos en una izquierda moderadísima, casi indistinguible de una posición centrista. Por lo pronto, a un lado de la posición del EZLN y Marichuy, la de Morena y el Peje, tan solo al ver la incorporación de prominentes empresarios y políticos a su campaña que apoyan las reformas estructurales de Peña Nieto, que no tienen nada que ver con la izquierda, es indudablemente defensora de la empresa. Y para una izquierda marxista, que el pensamiento conservador llama extrema izquierda, un programa que defiende a la empresa simplemente no tiene nada que ver con ningún tipo de izquierda.

     

    Y los que comparan a Morena y López Obrador con Hugo Chávez simplemente desconocen los programas y equipos de campaña de cada uno en sus diferentes procesos electorales. El López Obrador de 2018 poco tiene que ver con el de 2006 y 2012. El programa de 2018 conserva, en efecto, programas de asistencia social (“primero los pobres”) y ahora agrega la propuesta de realizar una consulta popular para preguntar si se eliminan o conservan las reformas estructurales peñanietistas, lo cual me parece profundamente democrático, pero fuera de eso no hay gran cosa que lo distancie, en el terreno macroeconómico, de lo que plantean el PAN y el PRI. Por ejemplo, plantea respetar la autonomía del Banco de México, no aumentar impuestos ni crear nuevas contribuciones, no aumentar el déficit ni la deuda pública, que México se mantenga en el TLC y preserve otros tratados comerciales. No sugiere ninguna nacionalización, salvo, previa consulta, recuperar Pemex.

     

    Pero, dirían sus críticos, él propone que el Estado desempeñe un papel central en el impulso del desarrollo y eso es “populismo”, es “estatismo”, es “socialismo”, es “chavismo”, es “echeverrismo”, es“priismo de los 70”.

     

    La verdad, cuando se leen estas cosas, uno no saben si están hablando en serio, o su prisma ideológico les hace ver lo que ellos quieren. Y lo más grave es que piensen que el neoliberalismo carece de ideología, que es una especie de verdad inobjetable, única y revelada por Dios. Dirían de manera semejante a cuando David Alfaro Siqueiros escribió en 1944. “no hay más camino que nuestro (neoliberalismo)”. Y parafrasearían el dogmatismo de Fidel Castro de 1961: “Con la revolución todo contra la revolución nada”, diciendo. “Con el neoliberalismo todo. Contra el neoliberalismo nada”.

     

    En ningún momento de la historia y en ninguna sociedad ha habido una sola y última vía de desarrollo, así que pensar “que no hay otra más que esta”, es de un dogmatismo insoportable. El neoliberalismo en México es un fracaso para las mayorías y un riquísimo negocio para una minoría. Y ante eso, lo único que propone el Peje es un ajuste, si acaso una reorientación. Nada más. Para la izquierda marxista es muy poco. Para la derecha es un radicalismo inaceptable.

     

    En realidad, lo más radical que propone López Obrador es el combate a la corrupción y aquí sí hay que serlo. Corrupción e inseguridad son las dos grandes preocupaciones de la inmensa mayoría de los mexicanos en 2018. Además del miedo que producen en el seno de los hogares, ambas acrecientan la desigualdad social y el escaso crecimiento económico. A su vez, el neoliberalismo en México ha generado un pobre crecimiento y mucha desigualdad a lo largo de tres décadas. En 2015, el 10 por ciento de los mexicanos atraía el 64,4 por ciento de la riqueza nacional y el 1 por ciento monopolizaba el 21 por ciento del ingreso mexicano. Pocos países en el mundo son tan inequitativos.

     

    Así que lo más extremo que se propone Morena es corregir los excesos de un modelo económico neoliberal, distribuir un poco mejor la riqueza, combatir la corrupción, la impunidad y reducir la violencia.

     

     

    No son pocos los que se asustan con los planteamientos de ajuste económico, pero hasta el momento el 30 por ciento de los electores mexicanos los apoya. Suficiente, si se mantiene, para ganar el 1 de julio de 2018. Ya veremos si en las campañas se modifica esta fotografía.

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