Antonio Machado escribió un breve poema ampliamente conocido, popularizado también por Joan Manuel Serrat en una de sus célebres canciones, que dice: “Caminante, son tus huellas el camino y nada más; caminante, no hay camino, se hace camino al andar”.
En el mundo de las prisas en que habitamos, se vuelve casi un lujo el caminar. Las citas son justas, las distancias largas y las febriles actividades se comen la mayor parte de nuestro tiempo. Los desplazamientos en vehículos son frenéticos angustiados y atropellados, no existe pausa para caminar con placer, admirando el paisaje y disfrutando el recorrido.
El deambular o caminar por la ciudad sin prisa, sin rumbo fijo, gozando y contemplando las calles, monumentos y arquitectura de los edificios, se denomina con el término “flaneur”, que utilizó Charles Baudelaire, en “Las flores del mal”, cuando dice, entre otras cosas: “Hasta cuando camina, se creería que ella danza... Tal como camináis, estoicas y sin quejas, a través del caos de vivientes ciudades... cual religiosas, caminan lentas y graves...camina como diosa y reposa cual sultana”.
Édgar Alan Poe, en “El hombre de la multitud”, también empleó esa denominación, lo mismo que Walter Benjamín, aunque éste último utilizó el término para expresar que se paseaba sin propósito ni objetivo, sin consumir ni adquirir mercancía.
Asimismo, Edgardo Scott, escritor argentino, en su libro “Caminantes”, señaló que el paseo contemplativo pasó de moda, porque ahora se camina apresurado, con horarios ajustados, sin ver y sin ajustarse al paseo: “No se trata de dar un paso tras otro. Tampoco de hacer footing” (correr a velocidad moderada al aire libre)... Lo cierto es que no se camina nada, o se camina poco y mal. Se camina sin ver, sin contemplar, sin abandonarse al paseo”.
¿Camino gozando y disfrutando el paseo?