Campañas y el eterno ciclo de lo mismo

ALDEA 21

    Sin mayores diferencias, salvo algunas novedades como la presentación de la diez de diez de Mario Zamora en su declaración patrimonial, el resto de los candidatos siguen el diseño de una campaña que se repite en el tiempo. Nada nuevo y nada que no se conozca o se haya escuchado en anteriores discursos, incluyendo los de la reelección y su promesa del “ahora sí, un gobierno de la gente” o de la segunda espera de la ofrecida “cuarta transformación”.

    Lo cierto es que quienes tienen los reflectores en esta campaña son los candidatos al Gobierno del Estado, principalmente Rocha Moya y Zamora Gastélum, al menos por el momento. Y es que aunque se expresen discursos con mensajes del cambio verdadero desde las candidaturas en otros partidos, la mayoría de los electores sabe de ellos sus orígenes y de dónde surgen sus carreras políticas y sus afinidades, no precisamente ideológicas, sino de intereses políticos y económicos. Siendo esta una característica que los une, las diferencias en campaña son mínimas.

    Sin embargo, se afirma que lo que se disputa no son sólo candidaturas, sino modelos de gobiernos, visiones distintas sobre lo que se tiene que hacer para cumplir la promesa que en los últimos 100 años se ha ofrecido a los sinaloenses y que tiene que ver con justicia social, democracia, progreso, desarrollo, oportunidades, seguridad, honestidad, y un sinfín más de promesas que a la fecha no se manifiestan en la realidad de quienes viven en la impotencia y frustración de la pobreza, la inseguridad y exclusión social.

    Ambas campañas, de Mario Zamora y Rubén Rocha, tratan por distintos medios y formas, hacerse notar que son diferentes aunque las dos básicamente ofrecen dar solución a un mismo universo de problemas sociales. A nivel nacional la discusión los ubica, según sus propios señalamientos, entre una disputa de liberales y conservadores, entre socialistas y capitalistas, entre populistas y neoliberales.

    De cualquier manera en Sinaloa, ambos candidatos se acomodan según sus orígenes socioeconómicos, uno desde un perfil de clase media acomodada y otro desde sus orígenes humildes y rurales, prometen un futuro exitoso y de bienestar para Sinaloa y sus familias.

    En los dos casos, acuden a las viejas prácticas de construirse una imagen producto de una historia que se describe desde la producción televisiva y digital, para contar como se dice ahora “su propia narrativa”, aunque esta sea una forma ya muy recitada de presentar candidatos.

    Historias que, se supone, “venden” deseos y reflejan “búsqueda de identidad”, prototipos del “buen ejemplo en todo, del ser exitoso y afortunado en la vida”, lo cual tendría que ser modelo y aspiración a seguir, empezando desde luego, en las urnas el día de la votación. Igual acuden al chantaje sentimental de la pobreza y la lástima para generar empatía y una “ineludible obligación moral” para votar por ellos y evadir así una supuesta culpa por las dificultades sociales y económicas de sinaloenses que padecen pobreza y exclusión.

    De igual forma, estos días de contienda electoral, son también de competencia por ser el más simpático, cordial y complaciente para sumar seguidores, simpatizantes y admiradores. Una tradición que los obliga a comer con el pueblo, reunirte con ricos y pobres, mujeres, discapacitados, jóvenes, figuras públicas, populares, famosas y de todos los sectores para escuchar demandas que por décadas y épocas son ya muy conocidas, y a su vez ofrecer en igual circunstancia las mismas intenciones de compromiso para solucionarlas.

    Las campañas electorales en los últimos 50 años, siguen siendo las mismas historias en distintas versiones y personajes. Procesos electorales que no sólo han elevado su costo excesivamente, sino que reproducen fallas y prácticas insulsas que no corresponden al propósito de elegir autoridades para que dirijan y mantengan la construcción de un mejor futuro.

    Así estas campañas, como las otras, se vuelven la renovación de ciclos sociales que reproducen finalidades en un bucle interminables de promesas y democracia electoral, en el que se pierde el sentido de la urgencia y la responsabilidad de mirar realidades determinadas que constituyen una realidad mayor que nos mantiene en un continuo subdesarrollo social, económico, político y cultural.

    De ahí lo innecesario de las campañas ingeniosas o las historias de vidas anheladas o admirables que inspiran más emociones que razones. Nuestra realidad en Sinaloa, como en el resto del país, requiere de la recuperación y fortalecimiento de las instituciones del Estado, de servidores públicos con ética, dispuestos a protagonizar con responsabilidad el cambio social tan ofrecido.

    Quizá una novedad ética y responsable en estas campañas, sería que cada candidato a gobernador y presidente municipal, presente con anticipación su gabinete para conocer públicamente quiénes serán los que, desde las instituciones harán posible el gobierno y la nueva realidad que prometen en sus plataformas electorales.

    Hacer de los cargos públicos moneda de cambio para atraer y mantener el apoyo político-electoral, ha sido igual una de las prácticas más añejas y nefastas en nuestra democracia.

    Hasta aquí mi opinión, los espero en este espacio, el próximo martes.

    Las campañas electorales en los últimos 50 años, siguen siendo las mismas historias en distintas versiones y personajes. Procesos electorales que no sólo han elevado su costo excesivamente, sino que reproducen fallas y prácticas insulsas que no corresponden al propósito de elegir autoridades para que dirijan y mantengan la construcción de un mejor futuro.
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