Carlos Manzo: El caudillo y las instituciones

07/11/2025 04:01
    En suma caudillismos locales tan nuestros como la celebración del Día de Muertos y tan vigentes como la malhora ejecución del Alcalde asesinado cobardemente por sus poderosos enemigos, los narcos, por encargo a un joven de diecisiete años oriundo de Paracho, abatido también en los hechos.

    Carlos Manzo no ejercía un liderazgo común, fundó su lucha en el tema de la inseguridad, la injusticia y la corrupción. En sus mensajes se advierten profundas convicciones humanistas que abanderan el regionalismo, la familia tradicional y los valores de la doctrina social de la Iglesia católica que reivindican el bien común, la solidaridad y la naturaleza divina de los derechos humanos y la responsabilidad de los gobernantes para mantener como principios y valores la libertad, la justicia y la verdad.

    Estudió Ciencias Políticas y Gestión Pública en el ITESO, universidad católica del occidente del país fundada por miembros de la Compañía de Jesús a finales de los años 50. Sus profesores hablan de él, como un estudiante preocupado por la justicia social, sobresaliente por su comportamiento ético y convicción de servicio. Un michoacano que amaba y conocía su tierra, su historia, sus vocaciones productivas y el vínculo de las autoridades – de todos los niveles- con el narcotráfico que se arraigó en sus tierras desde hace décadas.

    El perfil del personaje importa, no era un líder jocoso y sin sentido, no era un agitador de masas con el atractivo discurso de “acabar con la inseguridad” como panacea de todos los problemas sociales. Era, por el contrario, un politólogo habilidoso, capaz de entender las dimensiones de lo público que, para la trascendencia, debe ir más allá del discurso para participar de lleno en la toma de decisiones. Muchos son los críticos del sistema, pocos los valientes para meterse y enfrentarlo.

    Y así comienza el movimiento del sombrero en Michoacán, en la renuncia de Manzo como Diputado federal de Morena, para comenzar un camino por la ruta independiente que tenía como primer fin la Alcaldía de Uruapan y como proyecto consecuente, representación política en el Congreso local y después, si los números daban, la gubernatura de Michoacán.

    Supe del movimiento de Uruapan, cuando medios nacionales daban seguimiento a la peliculesca persecución en helicóptero de un grupo delincuencial por un animado Alcalde que, con la adrenalina del vuelo y el intercambio de disparos tierra-aire, aire-tierra, transmitía pormenores en vivo. “Uruapan no es de la delincuencia, los vamos a sacar corriendo como ratas”. Le di seguir a su página de inmediato, sus redes sociales eran adrenalina pura.

    Después lo vimos en operativos contra el robo de motocicletas, buscando extorsionadores y cobradores de piso, en el funeral de unos elementos de la policía municipal y en las periferias del municipio recorriendo el terreno “que les prestó” a los delincuentes para que se arreglaran a balazos entre ellos. “Ahí hay mucho cerro para que se maten”.

    Renace en Michoacán la figura conocida del caudillo institucional mexicano, aquel que lidera los movimientos sociales con investidura de autoridad. Que va más allá de sus funciones constitucionales, en la justificada razón del orden y la justicia social que pretende encarnar él.

    El patriarca con sombrero que cuida de los suyos y su comunidad antes a caballo y ahora en helicóptero, que paga a los buenos el millón de pesos por abatir o “ejecutar extrajudicialmente” a los malos, al tiempo que compra armas y camionetas blindadas para fortalecer un cuerpo policial local disminuido en capacidades técnicas y relegado de un marco normativo que le faculte a intervenir más allá del bando de policía y gobierno municipal en su límite territorial.

    Sobre el México de los caudillos y las menguadas instituciones ya escribieron: Octavio Paz con sus ensayos sobre la grandilocuencia de los patriarcas y redentores, Enrique Krauze y el caudillo que conquista y se adueña las instituciones, Lorenzo Meyer y la idea controversial de la democracia en la que poco creen los caudillos o Enrique Florescano con su idea del caudillo, sus símbolos y narrativas.

    En suma caudillismos locales tan nuestros como la celebración del Día de Muertos y tan vigentes como la malhora ejecución del Alcalde asesinado cobardemente por sus poderosos enemigos, los narcos, por encargo a un joven de diecisiete años oriundo de Paracho, abatido también en los hechos.

    Para rematar las reflexiones que deja este lamentable caso, está la ilegal designación de su viuda como la nueva Alcaldesa del municipio, las leyes electorales y la propia Constitución obligan a ocupar la suplencia al mismo género vacante en el encargo.

    Pero en el caso michoacano, nadie tuvo el valor de aceptarlo, ningún hombre quiso ponerse el sombrero de Manzo, recayendo la responsabilidad en su valiente esposa.

    Nadie en el Congreso local advirtió la ilegalidad, o sí, pero no dijeron nada porque nadie en su sano juicio quiere apagar el fuego echándole un chisguete de gasolina.

    Luego le seguimos...