Así que me conformo con un listado diferente: el de todos los libros que he leído. No tengo idea cuáles son ni cuántos. Sé que en esa sucesión de títulos y autores hay huecos, borrones, lecturas incompletas, repeticiones y muchas horas placenteras

    Muchas veces me han preguntado, ya sea durante alguna entrevista, en clase o mientras platico sobre literatura, cuál es mi libro favorito. La pregunta regresa cada tanto desde hace una veintena de años. Mi respuesta cada vez es más contundente: no lo sé.

    A veces me insisten, me miran con suspicacia, me acusan de no querer compartir esa información. La verdad, lo explico, es que no lo sé. Afortunadamente. Ahondo un poco, dependiendo de la ocasión, reflexionando en torno a la historia de mis propias lecturas. Si al niño que fui le encantaban ciertos libros plagados de fantasías, el chico algo mayor prefería las novelas de aventuras; el adolescente medio atormentado se decantaba por cierto romanticismo trágico mientras que el joven que comenzaba a tomarse la lectura más en serio se dejaba sorprender por ciertos elementos formales; alguna madurez se adquirió leyendo a los clásicos y otra, muy diferente, entrando al mundo de la academia. En pocas palabras, mis libros favoritos lo son dependiendo del yo que ha hecho la lectura. Por eso tengo varios, por eso he tenido varios, que es aún más importante, pues la indulgencia con la que hoy juzgo alguno de los libros que me entusiasmaron en el pasado es petulancia, toda vez que sigo reconociendo el valor que dicha lectura tuvo en su momento para mí.

    Andaba yo en una explicación similar, cuando un alumno me dijo: “está bien, tráiganos una lista de sus cien libros favoritos”.

    Debo reconocer que, en alguna medida, su petición desmontaba en parte a mi argumento. Si ya hablamos de un centenar, puedo incluir a cierta novelita que me conmovió, pero no es muy buena, y a aquella que me hizo reconocer ciertas cosas dentro de mí que no suelo compartir con nadie. Además, siendo estricto, ese centenar podía ser un número aproximado. Es decir, bien podría yo generar una lista (más larga o más corta) con los libros que han sido mis favoritos.

    Confieso que también me negué a la petición de este alumno. Más porque, conforme lo pensaba (y lo pienso) implicaría un trabajo monumental de memoria y discriminación. En la lista no se deben incluir las razones (supongo), pero yo mismo debería de tenerlas a la hora de añadir un libro y no otro.

    Creo que aún no estoy listo para esos ejercicios de la memoria. Ignoro si algún día lo estaré. Mis olvidos y distracciones son muy frecuentes ahora, y me niego a sentarme a recordar, uno a uno, los libros que he leído para incorporarlos a un listado.

    Las razones no me son claras. Tal vez porque esa lista contaría demasiadas cosas sobre mí. Quizá porque, lo quiera o no, estará distorsionada por mi percepción actual. O, mejor, porque implicaría asumir que he leído muchos libros malos.

    Así que me conformo con un listado diferente: el de todos los libros que he leído. No tengo idea cuáles son ni cuántos. Sé que en esa sucesión de títulos y autores hay huecos, borrones, lecturas incompletas, repeticiones y muchas horas placenteras. No puedo elegir mis cien libros favoritos. Tampoco quiero.

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