Escribí este texto a invitación de los amigos y promotores artísticos Víctor López de la Paz y Mónica Rice para acompañar una exposición pictórica de cinco figuras fundamentales de las artes visuales en Mazatlán y, por supuesto, en Sinaloa.
Antes eran llamadas “artes plásticas”, pero el concepto ha evolucionado y nosotros con él. La palabra plástica se ha vuelto ya un despectivo que va desde el arte popular y de galerías hasta llegar incluso a las intervenciones quirúrgicas.
Estas cinco individualidades son tan equidistantes que él solo mosaico de verlos juntos antes del montaje me hizo pensar en el ideal helénico de los cuatro elementos de la naturaleza, más uno más producto de una conjunción o reacción de los otros cuatro. Un ideal que hasta aparece en las cartas del tarot que representan la totalidad del mundo, el universo.
La muestra está a la vista en la Galería del Teatro Ángela Peralta con acceso libre, incluyendo un elevador para personas con necesidad especiales.
AIRE es el viento que despeina las tintas de Carlos Bueno, que alza al vuelo sus figuras espiritualizadas y troca el blanco y el negro en una amalgama visual de sensaciones... Destellos de una brisa serena que se vuelve a ratos un huracán o el callado aliento de la intimidad secreta.
Carlos tuvo un sentido social directo y efectuó varios murales públicos y dedicó sus últimos años a dar talleres en un centro reclusorio.
AGUA serena es la quietud en las telas de Armando Nava, en los rostros reflejados en el espejo de sus marcos, en las miradas activas y la familiaridad de su dimensión etérea. Retratos de una edad donde la memoria es un espejo desleído que aquí nunca se agota.
Su constelación de relatos y paisajes no solo incluye el gesto social, sino que corre riesgos y usa colores y rompe con la forma. Recuerdo en especial su “Iglesia en Tabalá” que donó a beneficio de la Cruz Roja.
TIERRA es la pródiga paleta de Miguel Flores, sus ambientes edénicos, terrestres universos de poderosa eclosión dionisiaca. Sus figuras tienen manos y pies firmes para plantar raíces y darnos una experiencia más que telúrica.
De Miguel puede apreciarse un gran mural guadalupano en su colonia, La Reforma, en Mazatlán, donde puede verse la aparición mariana entre canoas de la playa vecina a esa zona.
FUEGO es la mixtura, ardiente como brasa, de Roberto Pérez Rubio, la chispa que enciende y reinicia conciencias. La pintura es la última guarida de los ladrones del fuego y Roberto siempre tuvo vocación de profeta tribal y de Prometeo sin caída.
Recuerdo un cuadro intensamente rojo llamado Ursúa, que significa fuego en vasco, el idioma natal de su esposa Maia Lissard. Se llamaba así porque el día en que nació su hijo se había incendiado la casa vecina y también le dieron a él ese nombre.
QUINTO ELEMENTO es el lienzo extendido de Antonio López Sáenz, aire detenido en las estancias y vivaz en los ventiladores, colores de una tierra domesticada en la confidencia de los muros y sus callejuelas. Agua con sabor a mar en el pensamiento; fuego a la hora de liberar la tibieza del verano a golpe de pincel con gotas de maestría.
¿Qué podremos añadir al tesón y legado de Antonio? Su ejemplo de disciplina, de creación de un silencioso mundo propio y recreación de los espacios perdidos, no solo de arquitectura y memoria, si no también de instantes y secretos personales.