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"Aldea 21"

"Cómo nos define el maltrato"

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ALDEA 21
30/05/2019 20:19

    vraldapa@gmail.com




    Llama mi atención un texto sobre el tema del maltrato, de la filósofa española Marina Garcés, publicado en su libro Fuera de clase, en el que incita a la reflexión sobre nuestra condición humana de practicar el maltrato en todas las relaciones que establecemos ya sea con personas, con la naturaleza y las cosas que nos rodean, lo cual nos define frente a los “otros todos que nosotros somos”, como afirma Octavio Paz en su poema Piedra de sol, en el que también se refiere a la vida y a nuestras formas de ser con los demás.

    Somos lo que hacemos, -comenta Marina Garcés- somos lo que decidimos, somos lo que pensamos. Pero sobre todo, somos cómo tratamos a las cosas y cómo nos tratamos a nosotros mismos, con ello también definimos nuestra posición en el mundo. Una manera muy acertada de conocer a una persona es conocer cómo trata a las personas que le sirven o atienden y a sus objetos personales. Ello no excluye condición económica, ideológica, cultural o religiosa. Es decir que nuestra posición en el mundo se define por la forma en que lo tratamos y nos tratamos.

    En nuestro ámbito local, como mexicanos, como sinaloenses, es posible también conocernos a partir de esta observación, por los distintos niveles y formas de maltrato que infligimos a todo lo que nos rodea, incluyéndonos a nosotros mismos y a nuestros semejantes.

    Necesariamente tendríamos que partir desde la familia, espacio de convivencia en el que se originan todas las formas y niveles de trato, las formas de pensar, creer, hacer y relacionarse con los demás. Otros indicadores relevantes tendrían que situarse con las figuras de autoridad social y moral que se forjan en nuestra sociedad y el valor que se les otorga por la mayoría de los habitantes. 

    El maltrato ha adquirido ciertamente nuevas categorías que lo sitúan en el ámbito de lo jurídico y lo psicológico, en estas disciplinas encontramos definiciones precisas y sus implicaciones; sin embargo hay una todavía más compleja que nos plantea la autora, que tiene que ver con el maltrato desde una categoría política que define nuestra condición colectiva, en la que el daño, se multiplica y se normaliza en muchos aspectos de nuestra vida diaria y cotidiana, alcanzando niveles de maltrato colectivo; que nos afecta de formas inevitables en lo personal y familia: Un maltrato que pervive a razón del silencio, la repetición y la indiferencia. Una suerte de mímesis comunitaria que imita los actos de maltrato hacia casi todo lo que nos es colectivo, lo que es de todos y a la vez de nadie, a lo que nos es común. 

    Basta con observar el trato que reciben los maestros por las autoridades educativas y de gobierno, el trato irrespetuoso de los alumnos y padres de familia, la posición en la que se ubica la profesión del docente en la escala social, lo mismo para el médico, los policías y el comportamiento de ellos que de forma inversa también pierden el interés de actuar con responsabilidad y compromiso con la educación, la salud y la seguridad.

    Lo mismo en la convivencia de cualquier ámbito social, desde la normalización del lenguaje soez no sólo entre jóvenes sino al interior de las familias, el uso del lenguaje y la pérdida del significado del “tu” y el “usted”. El maltrato hacia el propio cuerpo, por perseguir falsos estereotipos de belleza, deformando la anatomía humana hasta su caricaturización, cirugías y modificaciones físicas como objeto del deseo y vanidad, irreparable pérdida de la identidad propia de sus cuerpos y de sí mismos. 

    En este sentido, adquiere profundas implicaciones el criterio del bien y del mal respecto al trato que damos a los ancianos, a las mujeres, a los niños, a los animales, al medio ambiente, a los espacios públicos, a todo aquello que es de todos, que es nuestro y que pareciera que consideramos ajeno y por tanto no digno de nuestros cuidados.

    Actuamos muchas veces de la forma que no nos gustaría ser tratados, como el caso de autoridades despóticas y vulgares o de minorías que abusan escudándose en la lucha contra la discriminación; formas contradictorias en las que nos gana la batalla el maltratar y ser maltratado. 

    La lista de indicadores sobre el maltrato es abundante, nos permite dimensionar la forma en la que tratamos y nos tratamos como sociedad. Revisar con mayor detenimiento y compromiso el tema del maltrato, nos abre la posibilidad de valorar lo que somos y lo que tenemos que hacer, cambiar y educar como sociedad.

    Curiosamente, citando de nuevo a Marina Garcés, no tenemos una sola palabra para el “buen trato”. Como también tenemos la posibilidad de decir “malvivir” pero no “buenvivir”. ¿Por qué será que el mal se agarra con más fuerza a nuestros nombres e infinitivos?

    Hasta aquí mi opinión, nos vemos en este espacio el próximo martes.