¿Cómo nos reconfigura la violencia homicida? Decenas de especialistas responden
Quien priva de la vida a otra persona, sin consecuencias legales, impone una práctica sobre una norma. Quien usa la violencia homicida de manera sistemática y tampoco enfrenta consecuencias impone, además, un orden. La normalización del homicidio equivale a la implantación de un sistema de poder. La regularidad de la privación de la vida de unas personas a manos de otras habilita una disputa premoderna entre poderes salvajes, para usar el concepto del jurista Luigi Ferrajoli.
Nuestras preguntas ya no tienen que ver con la comprobación de la violencia homicida como un medio regularmente accesible en la disputa, gestión y distribución de poderes criminales -eso ya lo sabemos-, sino con la profundidad, complejidad y diversidad del impacto de esa violencia en la manera como se constituye la “nueva cotidianeidad”.
Ya no nos preguntamos si asesinar es un recurso accesible, sino cómo ello configura y reconfigura nuestra existencia personal, familiar, comunitaria, y cómo transforma el significado mismo de nuestra identidad social.
¿En qué condiciones nos encontramos cuando somos habitados por el vaciamiento del valor de la vida para centenas de miles de personas victimarias y centenas de miles de víctimas? ¿Qué sociedad es aquella que se amputa a sí misma a través de la muerte violenta en los más atroces formatos, propios incluso de estrategias de exterminio?
Algo anda muy mal cuando el relato oficial del homicidio intencional se achica, mientras el relato no oficial donde unas personas disponen masivamente de los cuerpos y las vidas de otras, se agranda hasta desbordar la historia del día, cualquier día.
¿Dónde se ejerce la violencia homicida? ¿Cómo se hace? ¿Quién lo hace? ¿Y cómo se fabrica su tolerancia? Las preguntas abundan, pero una certeza se impone: están emergiendo órdenes políticos, institucionales, sociales, culturales y económicos, donde la preeminencia de ciertos poderes sobre otros incluye gestionar la vida y la muerte, a la manera de mercancías tragadas, procesadas y escupidas como meros despojos, a veces embolsados, a veces no. Identificamos nodos de violencia estructural donde la vida se convierte en parte del capital disponible para esos poderes salvajes.
Más de 35 personas especialistas han sido llamadas por el Programa de Seguridad Ciudadana de la Ibero CDMX, el Seminario de Violencia y Paz de El Colegio de México y el centro de pensamiento México Evalúa, para contribuir a descifrar la violencia homicida, el feminicidio, el juvenicidio, el reclutamiento criminal, la desaparición forzada, el desplazamiento forzado, el homicidio contra líderes políticos y sociales y la dimensión homicida de la violencia urbana.
Si ya de por sí esta combinación de fenómenos sacude, proyectarla hacia el futuro sacude aún más. La auto reproducción de estas violencias se alimenta en gran medida de un Estado y de ofertas políticas cuyo principal aprendizaje ha sido sumar fuerza a un recurso de enorme rentabilidad electoral: el populismo punitivo. Una política criminal que acelera el salto al vacío de la mano de regímenes de excepción que erosionan, aún más, el ya frágil soporte constitucional de derechos.
Donde hay poder, siempre hay resistencia, enseñó Michel Foucautl. Hanna Arendt entendía la resistencia como un medio para impedir que el poder se funde en miedo y violencia. Desde esta universidad, enseñamos nuestra legítima resistencia que, inspirada en las palabras de nuestro rector, el Dr. Luis Arriaga Valenzuela, S.J., “no admite neutralidad ante los dispositivos de muerte”.
Las jornadas por la reducción del homicidio se llevaron a cabo los días 26 a 28 de noviembre y fueron íntegras transmitidas por el canal de YouTube de la Ibero Ciudad de México.