¿De qué se tratan las elecciones de junio? Si vemos la embestida del régimen contra el INE y la Suprema Corte; si vemos sus ataques contra cualquier disidencia; si vemos sus diatribas contra las instancias autónomas en general, la sociedad civil en su conjunto y la mínima cordura conceptual sobre cualquier asunto, es difícil pensar que se trata de una elección común y corriente.

    Hay un debate en el seno de la comentocracia mexicana sobre la actitud que conviene adoptar frente a las elecciones del 6 de junio. Simplificando al máximo, entre los adversarios o críticos del gobierno actual, algunos consideran que mientras la oposición no presente propuestas cabales, realice una auto-crítica profunda, y destierre a candidatos impresentables, no debe contar con el voto crítico en automático. Otros sostienen que más allá de si las exigencias mencionadas son válidas o no, es necesario votar por la coalición Va por México, porque la alternativa es catastrófica, o en términos más clásicos, diabólica.

    La oposición puede o no carecer de virtudes y/o cargar con lastres históricos e irremediables. Pero es como la pareja del judío de Queens: ¿Comparad@ con quién? Si se tratara de una elección intermedia común y corriente, donde se juegan asuntos importantes -la alternancia, ciertas reformas, nombramientos transexenales, imponer acuerdos consensuales entre todos los partidos- podría uno sin miramientos votar de manera casuística. Tal candidato a alcalde, a gobernador, a diputado federal es más competente, honesto, experimentado o novedoso que tal otro. Voto por él, o por ella, sin importarme demasiado las implicaciones de mi voto a nivel nacional. No quiero, como analista o como observador informado, transformar las trescientas elecciones locales en un referéndum, ni creo que esté en juego algo crucial para el país. En la Alcaldía Miguel Hidalgo voto por Va por México, pero en Nuevo León voto por Clara Luz y por Rainiere. ¿Qué me importa?

    O a la inversa: esta elección, como dice Mario Vargas Llosa en relación a la segunda vuelta peruana, no es una elección cualquiera. Puede tratarse de una votación que decida el futuro de la democracia en México, o en Perú. Guardando las proporciones, las elecciones alemanas de 1932, o sin guardarlas tanto, las de Estados Unidos el año pasado, no son una elección cualquiera. Se juega algo más. En ese caso, lo más importante no es la calidad de la alternativa, ni la sustancia de las propuestas, ni siquiera la historia personal de los candidatos. Los comicios no son una especie de menú de restorán chino, donde uno escoge un platillo de la lista 1, otro de la 2, y otro más de la 3, y cualquier combinación es tan buena o mala como cualquier otra. No: está en disputa la posibilidad de volver a votar, o de evitar una guerra, o de poner término a una pesadilla.

    ¿De qué se tratan las elecciones de junio? Si vemos la embestida del régimen contra el INE y la Suprema Corte; si vemos sus ataques contra cualquier disidencia; si vemos sus diatribas contra las instancias autónomas en general, la sociedad civil en su conjunto y la mínima cordura conceptual sobre cualquier asunto, es difícil pensar que se trata de una elección común y corriente.

    Pero en todo caso, la decisión se deriva de la caracterización que se haga del régimen (piedra de toque para Lenin del análisis de cualquier coyuntura, y de cualquier línea de acción). Lo que no se puede es pensar que el gobierno actual representa una amenaza para el país y la democracia, y al mismo tiempo sostener que, como decía Cortazar a propósito de los sandinistas en Nicaragua, Greta Garbo tiene los pies muy feos. Son los que hay.

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