El noviazgo puede compararse a la preparación de un largo viaje, al que llamamos matrimonio. Si no hicimos buena elección, el recorrido puede resultar kilométrico y fastidioso.
Esta metáfora del viaje se ha utilizado, también, para precisar la agradable compañía de un selecto libro. Por ejemplo, Francisco de Quevedo, en la soledad de la Torre de Juan Abad, escribió: “Retirado en la paz de estos desiertos, con pocos, pero doctos libros juntos, vivo en conversación con los difuntos, y escucho con mis ojos a los muertos”.
Esta idea del libro como compañero de viaje fue retomada, también, por el Papa Francisco al abordar el papel de la literatura en la formación: “Cada cual encontrará aquellos libros que digan algo a su propia vida y se conviertan en verdaderos compañeros de viaje”.
Incluso, Bergoglio se atrevió a decir qué lecturas prefiere: “A mí, por ejemplo, me encantan los artistas trágicos, porque todos podríamos sentir sus obras como propias, como expresión de nuestros propios dramas. Llorando por el destino de los personajes, lloramos en el fondo por nosotros mismos y nuestro propio vacío, nuestras propias carencias, nuestra propia soledad. Por supuesto, no les pido que lean lo mismo que yo he leído”.
Por eso, agregó esta recomendación: “debemos seleccionar nuestras lecturas con disponibilidad, sorpresa, flexibilidad, dejándonos aconsejar, pero también con sinceridad, tratando de encontrar lo que necesitamos en cada momento de nuestra vida”.
A través de todos estos ejemplos, subrayó que la lectura es imprescindible para entablar diálogo con la cultura, así como para entrar en la vida de personas concretas. Bien dijo Marguerite Yourcenar, en Memorias de Adriano: “El verdadero lugar de nacimiento es aquel donde por primera vez nos miramos con una mirada inteligente; mis primeras patrias fueron los libros”.
¿Elijo mi compañero de viaje?
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