¿Con calor y depresión? Extra cuidado, si te han prescrito antidepresivos
Sinaloa es sinónimo de sol intenso. En pleno verano, caminar por las calles puede sentirse como entrar a un horno: temperaturas que superan fácilmente los 40 °C, asfalto ardiente y una humedad que no da tregua. En este entorno, el cuerpo humano pone en marcha un sofisticado sistema de defensa para protegerse del sobrecalentamiento, conocido como termorregulación.
El cerebro, específicamente el hipotálamo, es el centro de control de la temperatura corporal. Este órgano recibe información de los termorreceptores periféricos (en la piel) y centrales (en el cerebro y médula espinal) para ajustar mecanismos como la sudoración y la vasodilatación cutánea. Cuando la temperatura ambiente sube, el hipotálamo envía señales para dilatar los vasos sanguíneos de la piel, aumentar el flujo sanguíneo superficial y activar las glándulas sudoríparas. El sudor, al evaporarse, disipa el calor acumulado.
Sin embargo, este equilibrio fino puede alterarse con ciertos medicamentos. Entre ellos, los inhibidores selectivos de la recaptura de serotonina (ISRS) ocupan un lugar especial. Estos fármacos del siglo pasado, como la fluoxetina, sertralina, escitalopram o paroxetina, se usan ampliamente para tratar la depresión y los trastornos de ansiedad. Funcionan aumentando los niveles de serotonina en el cerebro, un neurotransmisor clave para la regulación del estado de ánimo, el sueño y el apetito. Cabe mencionar que estos medicamentos sólo funcionan en el 15 por ciento de los pacientes (https://mentalhealth.bmj.com/content/27/1/e300919).
Pero la serotonina también tiene un papel importante en el control de la temperatura corporal. A nivel central, la serotonina modula la activación de los centros hipotalámicos encargados de la sudoración y la vasodilatación. Si la señalización serotoninérgica se ve alterada, la capacidad del cuerpo para percibir y responder al calor disminuye. Este fenómeno se conoce como disfunción termorregulatoria inducida por fármacos, y puede conducir a cuadros graves como el síndrome serotoninérgico, en el que la temperatura corporal puede elevarse peligrosamente.
En un ambiente tan extremo como el de Sinaloa, esta interacción entre fármacos y calor puede ser letal. Una persona medicada con ISRS puede tener una menor capacidad para sudar, lo que reduce su capacidad de disipar calor. Además, el propio efecto sedante que algunos antidepresivos producen puede hacer que el paciente ignore señales iniciales de alerta, como mareos, fatiga excesiva, debilidad o confusión mental.
Por otro lado, muchos pacientes experimentan efectos adversos adicionales, como náuseas, disminución del apetito, y en algunos casos, menor sensación de sed. En un ambiente caluroso, esta combinación es peligrosa, ya que aumenta el riesgo de deshidratación y golpe de calor.
La depresión es una enfermedad compleja y multifactorial. Si bien los ISRS son una herramienta poderosa y eficaz, no son la única ni siempre la mejor opción (aunque a mucha gente le guste prescribirlos como si fueran dulces). La psicoterapia, especialmente las terapias cognitivo-conductuales, ha demostrado ser altamente efectiva, sola o en combinación con medicamentos, para ayudar a los pacientes a modificar patrones de pensamiento negativos y recuperar funcionalidad.
Además, en los últimos años, ha surgido un interés creciente en el uso de psilocibina, el compuesto psicoactivo presente en algunos, para el tratamiento de la depresión resistente. Estudios recientes sugieren que la psilocibina puede promover la neuroplasticidad y ofrecer beneficios rápidos y duraderos en el estado de ánimo, siempre bajo supervisión médica y en entornos controlados. Aunque no es un tratamiento aprobado de manera general, representa una vía prometedora y menos cronificada que el uso prolongado de ISRS.
También se ha demostrado que intervenciones complementarias, como el ejercicio físico, la exposición gradual a la luz solar (cuando no sea peligrosa), la mejora de los hábitos de sueño y las redes de apoyo social, pueden reducir significativamente los síntomas depresivos.
En Sinaloa, donde el calor es extremo y prolongado, los médicos y pacientes deben considerar cuidadosamente los riesgos que conlleva el uso de medicamentos anticuados y sin efectividad, como los ISRS.
Hablar con el médico sobre la posibilidad de ajustar dosis o explorar alternativas complementarias (psicoterapia, intervenciones conductuales, psilocibina experimental en entornos clínicos).
En última instancia, la depresión no debe verse sólo como un problema químico que se corrige con una pastilla. Es un trastorno que involucra el cuerpo, la mente y el entorno social y cultural. Y en un lugar como Sinaloa, el entorno cobra un peso enorme. Entender los efectos sistémicos de los medicamentos y su interacción con factores ambientales como el calor puede salvar vidas y mejorar significativamente la calidad de vida de los pacientes.
El calor sinaloense no perdona, pero con información y acompañamiento médico, es posible enfrentar tanto el sol abrasador como la oscuridad interna de la depresión con mayor seguridad y esperanza.