Joel Díaz Fonseca
Nací en la ciudad de Colima hace casi 66 años, pero pasé toda mi infancia en el puerto de Manzanillo, donde buena parte de la población vive en los cerros. En aquellos años -los 50 y 60 del siglo pasado- escaseaba con bastante frecuencia el agua, y teníamos que acarrearla en cubetas, con auxilio de una “burra”.
La “burra” es un palo sólido, con sogas amarradas en ambos extremos, que sirven para estibar recipientes de cualquier especie. Se soporta en la parte alta de la espalda, en los hombros, de esa manera es más fácil cargar objetos pesados, como las cubetas llenas de agua, y para que no se derrame por el incesante movimiento, se colocan tablitas o palos en la superficie.
Con ese sencillo sistema era realmente muy poca el agua que se nos tiraba en aquellos pesados ascensos en el Sector Uno, en el puerto colimense.
El efecto de esos palos o tablitas en el agua contenida en recipientes se consigue de muchas otras maneras en otras actividades, incluso aplica en el comportamiento humano. Por ejemplo, la cuenta hasta diez que se recomienda a quien está a punto de estallar de coraje. Esa cuenta son esas tablitas que evitan que explote y se derrame la ira.
Vivimos en una sociedad donde todo mundo tiene prisa. Muchos conductores de vehículos, sin importar a quien se lleven de corbata, van a toda velocidad, zigzagueando. Desenfrenados, rebasan por la derecha, rebasan por la izquierda, se pasan los altos. ¿Qué ganan corriendo de esa manera? Minutos, que nada valen comparados con el valor de las vidas que ponen en peligro, y la suya propia.
En esta vida de prisas y arremolinamientos se ha ido perdiendo a pasos agigantados el respeto a los derechos de los otros. Si se va en busca de un bien o un servicio y hay que hacer fila, se busca la manera de meterse en los primeros lugares, sin importar que las otras personas lleven buen tiempo “haciendo cola”.
Los niños, los adolescentes y los jóvenes de hoy no conocen la mesura ni el respeto a los derechos de los otros, o si los conocen no tienen interés en respetarlos. Todo es “aquí y ahora”, no están dispuestos a esperar su turno. Si se les dice “espérate tantito”, dejan a su interlocutor hablando solo y se van a buscar por otros medios y con otras personas lo que no obtuvieron en el momento en que lo querían.
A todos ellos: conductores irresponsables, personas “rompe filas” y adolescentes y jóvenes desesperados, les hacen falta esas tablitas que eviten que su impaciencia se desborde.
La ambición es, según los diccionarios, el “deseo intenso y vehemente de conseguir una cosa difícil de lograr, especialmente riqueza, poder o fama”.
La ambición no es mala, lo insano es el deseo exagerado y exacerbado de poseer algo, sobre todo tratándose de esas cosas que apunta la definición.
La clase política actual tiene el derecho de aspirar a conseguir todo eso, lo que no se vale es que lo haga por medios ilícitos y pasando por sobre los derechos de los demás.
“(Es) ambición, pero ambición generosa, la del que pretende mejorar su estado sin perjuicio de terceros”, escribió don Miguel de Cervantes y Saavedra, y lo que vemos actualmente en el ámbito político es el imperio de una ambición desmedida y sin freno.
Cuando alguien se deja vencer por una ambición desmedida es porque se olvidó de la templanza, esos palitos que impedirían su desbordamiento.
En el portal Definición.de se expone claramente esto:
“Cuando el deseo es tan fuerte que la persona está dispuesta a violar las normas éticas o legales para concretarlo, la ambición se vuelve riesgosa, ya que puede perjudicar a la propia persona o a terceros”.
En el evangelio de Lucas se narra la parábola del rico Epulón y Lázaro el menesteroso. Epulón en realidad no es un nombre propio, sino un sustantivo, que significa “hombre que come y se regala mucho”.
Nuestro sistema político está plagado de “epulones”, personas ambiciosas y sin escrúpulos, que se dan la gran vida (ellos y sus familias), llenan de dinero mal habido sus bolsillos y se hacen de ranchos y casas de verdadero lujo. En sus haberes no se encuentran la humildad, ni la honestidad a toda prueba, que son esos palitos o tablitas necesarios para contener la desbordada ambición.
Seguramente todos estos principios y valores están contenidos en los postulados de todos los partidos políticos, lamentablemente son los propios partidos los que postulan candidatos especializados en realizar tareas sucias. Lo hacen todos los institutos políticos, ninguno se salva.