La humanidad establece cada día mayor cantidad de conexiones, pero esto no implica que exista mejor y mayor comunicación. Hoy, para que una persona exista, debe tener presencia en las redes, pero, en lugar de clarificar y facilitar su relación, termina cada vez más enredada.
Las redes conectan, pero no necesariamente comunican. Las redes nos acercan, pero a la vez establecen una cerca que impide el encuentro vital. Las redes son frías, por eso requieren que les comuniquemos nuestro calor.
Las redes permiten acceder a mayor relación e información en la sociedad, pero su cometido no es lograr una mejor comunidad ni formar mejores personas.
No estamos afirmando que la conexión que se establece mediante las redes sea mala o nociva, pero sí se debe cuidar cuál es su objetivo y cómo se utiliza. Hay redes y conexiones sustanciales, como las neuronales; pero, también, se pueden formar redes como las que utilizan los pescadores, para recoger individuos incautos y masificados, o como trampa ideológica para realizar una campaña.
En efecto, es muy fácil simular, confundir y distorsionar en las redes, para que sea cada vez más difícil distinguir una verdad de una mentira.
Hasta ahora, sólo hemos utilizado los conceptos conexión y comunicación, pero nos hemos abstenido de incluir un término más profundo y vinculante, que es el de comunión, puesto que implica el compartir ideas, proyectos, pensamientos, sentimientos, criterios, significados, emociones y, sobre todo, el vínculo existencial menos egoísta y más profundo y recíproco: el amor y la amistad.
Por eso, cabe recordar el mensaje que dirigió el Papa Francisco, en la 48 Jornada Mundial de las Comunicaciones Sociales, el 24 de enero de 2014, donde dijo que, aunque parece que estamos más cerca y mejor conectados, continuamos divididos.
¿Me conecto, comunico y comulgo?