|
"Opinión"

"Corre Emanuel, corre..."

""
29/01/2017 18:08

    “No te pares, ¡corre! No voltees pa’trás, nomás corre. No los veas. No te detengas. Corre, Emanuel corre. Yo también estoy muy cansado, pero si nos detenemos nos van a volver a agarrar”.

    - Pendejo, te dije que no nos fuéramos por la brecha. ¿Te dije o no te dije que los amapoleros levantaban a todos los que se atrevían a caminar por ahí? 

    “No hables, si sigues hablando te va a dar dolor de caballo en la panza, y te vas a tener que parar. Corre Emanuel, corre”.

    - ¿Y cómo quieres que corra si no traigo los huaraches puestos? Hay muchas espinas en este cerro. 

    “Que corras te digo, no gastes el aire hablando...”

    Sin alcanzar a articular otra palabra, Emanuel se detuvo en medio de una de las vena-veredas del cerro. Su respiración era tan agitada y profunda que parecía estar a punto de un infarto, algo muy extraño en un niño de diez años acostumbrado a respirar a todo pulmón en esa parte clara y transparente de las montañas que intersectan a Sinaloa, Durango y Chihuahua. Mucho menos se podría decir que trajera las arterias tapadas, ya que hacía más de quince días que en la casa de Emanuel no había manteca ni para freír los frijoles.

    “¿Por qué te paraste Emanuel? Corre, córrele que nos van a agarrar, corre hermanito, ¡por lo que más quieras! Seguro ya se dieron cuenta, y ya han de venir detrás de todos”.

    - ¿Pues por eso Román, si vienen atrás de todos está muy difícil que nos agarren; eran cinco los que estaban de guardia y nosotros éramos como sesenta. Si unos agarraron por el cerro, y otros se fueron por el río y los demás se escondieron entre los peñascos del cerro prieto, primero irán por ellos y luego se arrendarán por nosotros, ¿qué no ves que por este lado del monte apenas se meten los venados y los coyotes? Primero los agarran a ellos que a  nosotros. Tan grandote y tan pendejo, así que si quieres que siga corriendo me esperas a que agarre resuello y, si me alcanzan las fuerzas me iré corriendo despacito. Si quieres vete tú, yo no aguanto corriendo como las liebres.

    “Corre hermanito, por favor, corre”.

    - No, no y no. ¿No entiendes lo que quiere decir no? No es no. Y para que más te guste aquí me voy a quedar sentado, al cabo que estos ramajos me tapan. Te apuesto lo que quieras a que de aquí no me ven; es más, ni aunque se paren arriba de aquel cerro me ven dónde estoy sentado.

    “Si no te paras por las buenas, te paró por las malas...”

    - ¿Qué? ¿Me vas a arrastrar? ¡Mejor, así no tengo que caminar más! ¡Jálame de las patas pues!

    “Tantas ganas me dan de arrastrarte, como de dejarte. Por tu pendejada de quedarte echado nos van a volver a agarrar, y ahora sí nos van a matar”.

    - Pues córrele tú para que no te agarren, yo me quedo descansando aquí. Ya te dije que no puedo agarrar resuello. Espérame o vete Román, por andar haciéndote caso ya viste en la que nos metimos. Ya me imagino cómo nos va a poner mi apá. Si no nos matan los amapoleros, nos mata mi apá a riatazos, así que entre más me quede aquí sentado más vivo...

    “¿Tú crees que nos hayamos escapado todos? A mí se me hace que no”.

    - Te digo, entre más grande más pendejo. Cómo se iban a escapar todos, ¿no te diste cuenta que también estaba don Lalo y ese otro señor que vivía en el lado de las cuevas? Esos señores tienen como doscientos años. También había como unas diez niñas más chicas que yo. A esas las tenían amarradas en el otro tejabán, y nomás las soltaban para juntar la goma; son buenas para eso, dejan la panza de la flor bien limpiecita. No desperdician nada. Además no corren tan recio como uno, ni pueden meterse por donde uno se mete, porque les dan miedo las víboras.

    “Pues tú aguantas como las niñas, porque ya te cansaste. Se me hace que ellas todavía vendrían corriendo...”

    - Pues que no se te haga nada, porque estaban más chiquitas que yo, y no aguantan lo que yo. A ver, ¿quién era el que cortaba la leña y acarreaba el agua? ¿Ellas o yo? No aguantan dos tercios en el lomo como yo...

    “¿Y mi amá y la abuela no aguantan dos tercios de leña en el lomo? Yo creo que ellas aguantan cargar más leña que mi apá. Es más, la abuela está más fuerte que tú y que yo juntos, y eso que tiene como 300 años. O a lo mejor tiene 500; así se ve, como de unos 500 años. Oye, ¿cómo cuánto duramos ahí? ¿Cómo unos diez días?”

    - Pues no sé. No los conté. Si contaba me desesperaba más. Lo único que quería era que trajeran a otros más para no tener que hacer tantas cosas yo solo. Además si pensaban en los días, me acordaría de la chinga que nos metería mi apá por habernos ido tanto tiempo. Ya sé que no nos escapamos, y que nos perdimos porque nos agarraron los amapoleros, pero de todos modos de pensar en la cara de mi apá casi prefiero que me peguen estos cabrones a mi apá, él sí pega duro.

    “Te digo... Yo creo que sí estuvimos más de diez días, fácil. Oye, ya te veo muy platicadorcito, órale, párate ya pa’ seguirle. Es más chillón, ahora vamos a caminar rapidito”.

    - Pero despacito, eh. Yo no puedo correr muy fuerte, porque tengo eso que dijo el doctor de Cuauhtémoc, asma, ¿no te acuerdas que eso dijo, que se llama lo que tengo? Por esa asma no puedo aguantar tanto como tú”.

    “Mmmmm, pues lo que sea pero vámonos caminando, pero sin parar, porque me da miedo que vengan por nosotros,  porque ya sabes que matan a todos los que tratan de escapar, ¿imagínate qué nos van ha hacer a nosotros que nos escapamos? Nos van a rajar la panza como a las amapolas y les van a dar de comer nuestras tripas a los cochis”.

    - Oye Román, y si logramos llegar a la casa ¿qué irá a pasar? ¿Y si nos están esperando? ¿Si mejor nos vamos pa’ otro lado? No vaya a ser que por ir a buscarnos se desquiten como mi amá o mi apá; hasta la abuela va a salir raspada. Hasta de eso me vas a querer echar la culpa...

    La conversación fue interrumpida por el eco sordo de un par de disparos. “Corre, Emanuel, corre. Por favor, corre hermanito, corre. Ya nos vieron, corre. Conque lleguemos a esas piedras la hacemos; mi apá me dijo que ahí hay unas cuevas. Si le apuras ahí nos escondemos...”

    Alcanzaron las cuevas y se metieron al fondo de una de ellas. No sé volvió a escuchar ningún disparo. Salieron del improvisado escondite ayudados por un hilillo de luz de luna que les permitió no tropezar entre un apretado caminillo de piedras. Cuando la luna cedió el paso a los primeros rayos de sol, caminaron dos horas y, por fin, divisaron su casa.

    “¡Ya se hizo Emanuel, corre! ¡Mira ahí está mi apá sentado en el árbol! Ya verás que en cuanto le expliquemos donde nos tenían, no nos va a hacer nada”.

    - Quiero ver a mi amá Román. Ella sí que ha de estar preocupada.

    Adentro de la casa, la madre de Emanuel y Román estaba bien acompañada. Por un flanco tenía a uno de los amapoleros y, del otro, a un soldado que le llamaban “el teniente”.

    @pabloayalae