Correr de camino contrario

03/07/2022 04:00

    Cuando me propusieron ir a La Calzada, yo me imaginé un balneario o algo parecido, quizá porque esa ruta de un solo carril por sentido, está acompañada de un canal de riego, en aquel tiempo la zona rural, hoy ya urbana, al sureste de Ciudad Obregón, en Sonora.

    Pero no me cuadraba que la invitación fuera de noche, que terminaríamos llegando cerca de las 11 y que nos preparáramos para hacer fuego.

    La aventura no estaba para desperdiciarse, ir de noche a las afueras de una ciudad que apenas conocía, recién casado y con el reto de caerles bien a mis nuevos amigos, y sobre todo el misterio ese de: por ese camino uno se va a la criptas.

    Y esas criptas, que yo me las imaginaba dentro de un panteón con pinta espeluznante, no son sino una serie de construcciones de concreto, varilla y tabique, para muchos sin sentido, que un ex empleado del Seguro Social construyó, para realizar actividades de magia negra y satanismo en los años 80.

    Al momento de ir para aquel paseo, a principios de los 2000, yo no tenía ni idea de lo que les acabo de contar. Solo había escuchado de las criptas, un lugar a donde los jóvenes de prepa gustaban de ir para vivir alguna aventura sobrenatural.

    Mi pareja salió del turno vespertino de guardia en un viejo hotel de la ciudad y nosotros ya la espérabamos, el Juan en su vieja camioneta y el Erick; luego pasaríamos por Karla y Gisela.

    Llegamos a un supermercado y compramos cosas para preparar unos sandwiches de jamón y queso, botanas, y por supuesto cervezas para beber.

    Nos apuramos antes de que se hiciera más tarde, Juan condujo la camioneta hacia el sur y tomó el camino hacia el parque industrial.

    La zona rural de Obregón es casi desértica, pero este espacio que le llaman La Calzada es la rúa, que está bardeado al poniente por una fila de inmensos árboles de álamos y eucaliptos, y tierras de cultivo, y al oriente, por el canal de riego y más tierras de cultivo.

    Recuerdo que además de que había una intensa luz de luna y se podía ver con claridad si algo se movía en la tierra preparada para sembrar y recién arada.

    Entre los árboles de troncos gruesos, alguien instaló una serie de asadores de concreto, nos estacionamos junto a uno y usamos la canasta para encender un fogata. Nos paramos entre la camioneta, que apuntaba hacia el sur, y el fuego.

    Aunque hacía un poco de frío, el ambiente y la compañía parecían perfectos. Platicamos por un buen rato de anécdotas chistosas, nos reímos, bebimos y nos fumamos algunos cigarros.

    Entonces Gisela convenció a Karla de ir juntas “al baño”.

    No recuerdo con exactitud, pero avanzaron unos 15 o 20 metros y se adentraron en la pila de árboles para tener mayor privacidad. Unos minutos después, todo cambió.

    Las anécdotas chistosas y las risas se acabaron. Juan pidió silencio, porque le pareció haber escuchado un grito a lo lejos.

    “Las plebes”, dijo para sí, se movió rápido y encendió las luces de la camioneta y el inmenso telón de la noche se levantó para mostrarnos algo que no tenía sentido: Gisela y Karla corrían al lado contrario a nosotros.

    Sin estar ninguno en la mejor condición física, corrimos a todo lo que dimos Juan y yo, mientras una maraña de cosas en la cabeza buscaban acomodo para dar una explicación a lo que estaba ocurriendo.

    Guardaba aún un atisbo de que pudiera ser una broma, cuando por fin alcancé a Karla, la tomé del brazo y ella pareció sufrir un espasmo.

    La detuve, la luz de la camioneta apenas le iluminó el rostro y pude darme cuenta que todavía estaba pálida por el susto y bañada en llanto.

    “¿Qué pasó?”, le pregunté, “¿estás bien?”.

    “No, no sé... es que, es que vimos algo”, respondió a duras penas.

    Juan y Gisela se acercaron, y ella estaba igual de asustada y con una misma intensidad del llanto.

    “¿Pero qué vieron?, ¿un animal o qué?, ¿una persona?”, insistí con desespero.

    “No sé que era... pues no sé. No sé qué era, pero vimos algo”, dijo otra vez entre sollozos y esfuerzo por comunicarse.

    “Entonces anda algún vato por aquí”, dijo Juan.

    Empezamos a regresar hacia la camioneta y no pude dejar de mirar la línea de árboles. Me metí antes de llegar al punto del que salieron corriendo y alcancé a ver que la luna iluminaba con claridad todo el campo listo para sembrarse.

    Si alguien las hubiera asustado tendría que haber corrido hacia el campo y con la luz de la luna lo hubiéramos visto.

    Casi llegábamos al lugar de donde salieron corriendo cuando Karla de nuevo sintió terror y empezó a retroceder y Gisela comenzó a llorar de nuevo. La alcancé de nuevo del brazo y nos alejamos lo más que se pudo de la pila de árboles.

    En la camioneta, en donde se quedaron Erick y Cecy, no había novedad.

    Juan encendió el vehículo y todos regresamos al lugar. Atravesó la camioneta y apuntó los faros juntos al lugar. Todos bajamos y comenzamos a revisar de arriba a abajo los árboles y un poco más allá de donde terminaba la maleza y empezaba la parcela.

    Alguien creyó escuchar un quejido, alguien más un gruñido. A mi me pareció ver algo que se movía entre los árboles, pero nada para alarmarse.

    Regresamos todos a la fogata y nos quedamos en silencio por un rato.

    Karla comenzó a explicar lo que les había pasado.

    Después de meterse entre la pila de árboles, escogieron el más cercano a la parcela.

    Ella fue la primera en agacharse para orinar, mientras Gisela le hacía guardia mientras charlaban de algo.

    Gisela escuchó algo que se movió detrás de unos arbustos, pero no le tomó más importancia que echar un breve vistazo.

    Llegó su turno y estaba de espaldas a esos arbustos cuando Karla dejó de platicar, con la mirada clavada en la tenue oscuridad.

    “No me asustes”, le reclamó Gisela, pero no tuvo respuesta.

    De un solo movimiento se levantó y se vistió.

    Del movimiento, Karla pareció salir del trance y señaló el lugar.

    “¿Qué es eso? Hay algo ahí”, dijo.

    Ambas se quedaron paradas unos segundos.

    Lo describieron como una combinación de una columna de humo, pero humo muy negro, y que parecía haber alguien detrás, o encima, porque por un momento creyeron ver que tenia brazos, o cabeza o piernas, pero no tenía ojos.

    Pese a esto, ellas intuyeron que eso ya se había percatado de su presencia

    Ambas, pese al temor que sudaban, se acercaron un paso antes de salir disparadas corriendo, porque “eso”, que tampoco emitía ningún ruido u olor, dio un paso hacia ellas.

    Entonces corrieron al primer lugar que creyeron conveniente para huir.

    La descripción me trajo la sensación de estar envuelto en una sábana fría de pies a cabeza.

    Todos nos quedamos callados.

    “Bueno, pues ya revisamos, no hay nada, quizá ya se fue. Platiquemos de otra cosa, propuse.

    Todos estuvimos de acuerdo.

    Erick echó un palo más a la fogata, mientras los demás comenzábamos a bromear de nuevo.

    Para sentirnos un poco más seguros, nos subimos a la caja de la pequeña pick up.

    La charla no paraba, hasta que al mismo tiempo, Cecy y Erick, que estaban en posiciones encontradas, y cada uno en esquinas cambiadas, voltearon al mismo tiempo hacia la carretera que lleva a las criptas.

    Nadie escuchó nada, solo ellos.

    “¿Qué escuchaste?”, dijo Erick.

    “Un grito, de una mujer”, respondió.

    Hubo otro momento de silencio, que fue interrumpido por un fuerte soplido de viento que comenzó a ulular.

    “Bueno”, les dije, “si me querían asustar, ya lo lograron. Ya mejor vámonos”.

    Todos coincidieron conmigo y regresamos a la ciudad.