Cosas que preocupan

    Ya lo he dicho antes: somos las ratas de laboratorio del virus, un inmenso plato de Petri, por decisión de políticos irresponsables que han incumplido con su tarea fundamental de proteger a la población; tanto de la muerte, como de los efectos a largo plazo en la salud de millones de personas que desarrollarán secuelas graves, cerebrales o cardiacas, entre otras.

    Tantas cosas, querido lector. Cosas que suceden y que luego son opacadas por otras cosas, escandalosas y preocupantes. Pero tratemos de jerarquizar un poco, sobre los temas públicos. Ya es una costumbre que en estos tiempos la información se convierta en una avalancha que, invariablemente, terminará por sepultar a las noticias, envejeciéndolas en apenas unos días.

    Comienzo, entonces, por lo importante: preocupa, y mucho, el estado de la pandemia en México. Aunque con la ola de Ómicron se ha “normalizado”, miles de mexicanos siguen muriendo debido a ella. Cuatrocientas personas diario, en promedio. Los niños, a diferencia de olas anteriores, están siendo afectados por el virus, como nunca antes. Mientras, el Gobierno continúa en su criminal decisión de no vacunarlos, pudiendo evitar hospitalizaciones y muertes. Esta decisión solo es comprensible por la negativa reiterada a gastar en las vacunas que los niños y adolescentes menores de 14 años necesitan. Es una tragedia que el Gobierno no comprenda que la vacunación los protegería de enfermar gravemente al tiempo que permitiría normalizar, en algo, las actividades educativas, sin ponerlos en riesgo.

    Es muy preocupante, también, que tras múltiples evidencias del fracaso de la estrategia de salud para enfrentar la pandemia, el Gobierno federal sea incapaz de corregir ni un centímetro, ni ajustar su planeación estratégica para continuar enfrentando una crisis que no va a terminar pronto.

    Lejos de conseguirse la inmunidad de rebaño, en la que el Gobierno no ha dejado de confiar desde que comenzó la epidemia, la realidad apunta a que el coronavirus seguirá mutando, por lo que muy probablemente nos atacará de manera recurrente e impredecible. Ómicron debía ser un aviso de que la estrategia de la inmunidad colectiva, tanto la provocada por infección como por la vacunación, no es la adecuada para enfrentar la epidemia. Hay ya evidencias de que, incluso, las personas se están reinfectando con la misma variante, lo que echa por tierra la creencia de que, tras la infección, las personas desarrollan una inmunidad protectora. Hay investigadores que incluso creen que la infección recurrente daña el sistema inmune, causando graves consecuencias en la salud a largo plazo, si es que la persona resiste el embate.

    Al día de hoy, nadie en el mundo sabe qué tipo de variante puede emerger, ni si podría ser más virulenta o contagiosa, o ambas. Tampoco, nadie sabe qué consecuencias pueden tener en la salud humana, los cambios del virus. Frente a esta incertidumbre, la política de permitir el contagio generalizado de toda la población, subestimando los efectos del virus en la salud, bajo la suposición de que será “la última ola” o que será beneficioso, es no solo una locura, sino un acto criminal. Los especialistas dentro del Gobierno mexicano, sin embargo, no parecen darse por enterados de estos riesgos, como sucedía al principio de la pandemia.

    Ya lo he dicho antes: somos las ratas de laboratorio del virus, un inmenso plato de Petri, por decisión de políticos irresponsables que han incumplido con su tarea fundamental de proteger a la población; tanto de la muerte, como de los efectos a largo plazo en la salud de millones de personas que desarrollarán secuelas graves, cerebrales o cardiacas, entre otras.

    A la ciencia le ha tomado dos años conocer estos efectos, hay ya información suficiente para saber que la infección por SARS-CoV-2 en un porcentaje importante de la población afectada es todo menos “leve” y que implica una catástrofe de salud a nivel masivo.

    Preocupa por ello, que la subvariante de Ómicron, BA.2 ya se encuentre en México. Se sabe que es todavía más contagiosa que la variante original, que en muy pocas semanas desplazó a Delta en el mundo ¿cuáles serán sus consecuencias en la salud? ¿desplazará a la variante original? ¿causará reinfecciones en los recientemente infectados? Preguntas ante las cuales no tenemos respuestas, como nadie en el mundo las tiene aún.

    Precisamente por esto, el Gobierno tendría que tener una vigilancia especial y una política consistente con los riesgos, que comprendiera desde medidas restrictivas, dotación masiva y gratuita de respiradores, hasta medidas referentes a la ventilación de espacios. Esto, porque es ya un hecho que la vacunación por sí sola no detendrá la pandemia. No con vacunas incapaces de evitar la transmisión, como debieran haberse desarrollado, y que pierden eficacia tras unos cuantos meses.

    También, es necesaria una campaña de información veraz y oportuna a la ciudadanía y no una campaña de medias verdades o francas mentiras, como la que el Subsecretario López-Gatell ha sostenido permanentemente. Y es que su incompetencia ha afectado, incluso, a la salud del Presidente, quien como sabemos, se ha contagiado ya dos veces, y al día de hoy es incapaz de usar un respirador N95 en todas sus presentaciones públicas, como debiera por su elevado nivel de riesgo.

    Y sí, lector, preocupa, y mucho, la salud del Presidente que no ha sido correctamente informado por sus propios funcionarios sobre los riesgos del coronavirus en su salud y las medidas necesarias para su protección.

    A pesar de la sordera implacable que priva en Palacio Nacional, es necesario que alguien en el gobierno escuche y opere rápido estosa cambios, que entienda que es un asunto de la mayor urgencia evitar que el Presidente López Obrador se contagie por tercera vez.

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