De vez en cuando surge un documento que no solo actualiza políticas, sino que redefine hacia dónde quiere avanzar un país. La NDC 3.0 de México es uno de ellos.
Aunque su nombre suena técnico, su propósito es sencillo de entender: es el compromiso formal que México presenta ante el Acuerdo de París para enfrentar el cambio climático.
Es decir, funciona como un plan nacional que explica qué haremos para reducir emisiones, cómo nos adaptaremos a los efectos del clima y qué sectores deben transformarse para proteger a las personas, a la economía y a los ecosistemas.
Las NDCs (Contribuciones Determinadas a Nivel Nacional, por sus siglas en inglés) son los documentos que cada país entrega periódicamente a la comunidad internacional, en los que declara sus metas climáticas y la ruta para lograrlas.
No son lineamientos simbólicos: son compromisos que trazan el rumbo de políticas públicas, inversiones, regulaciones y colaboraciones entre gobiernos, empresas y organizaciones de la sociedad civil.
Funcionan como la brújula que alinea todo el esfuerzo nacional con el objetivo global de mantener el calentamiento del planeta por debajo de 1.5 grados.
Dentro de esta lógica, la NDC 3.0 de México actualiza la visión climática del país: define cómo reduciremos emisiones en sectores como energía, transporte, industria, agricultura, agua y residuos; plantea cómo nos prepararemos para sequías más intensas, eventos extremos y amenazas a la seguridad alimentaria; y propone cómo fortaleceremos la resiliencia de las comunidades más vulnerables. Es, en pocas palabras, la estrategia climática más completa que México ha elaborado hasta ahora.
Sin embargo, uno de los avances más relevantes de esta edición está en algo que tradicionalmente había permanecido fuera del radar climático: la pérdida y el desperdicio de alimentos.
El documento la reconoce como un tema crucial y establece que debe reducirse de manera estratégica, no solo por razones sociales o económicas, sino también por su enorme impacto ambiental.
El desperdicio de alimentos genera emisiones de metano, utiliza recursos naturales que no se aprovechan y multiplica la presión sobre tierra, agua y energía. Reducirlo es, por tanto, una acción climática fundamental.
Y aquí ocurre algo decisivo: la NDC 3.0 no se limita a hablar del desperdicio, sino que incluye explícitamente la importancia del rescate y la redistribución de alimentos.
Reconoce que el acopio y la entrega de alimentos a través de bancos de alimentos forma parte de la solución climática nacional. Esto representa un cambio profundo en la visión del país sobre su sistema alimentario.
Por primera vez, la política climática mexicana entiende que evitar que la comida termine en la basura es también evitar que se convierta en emisiones, y que redirigirla hacia quienes la necesitan es una acción con doble impacto: ambiental y social.
En un país que necesita soluciones urgentes y humanas, esta visión es un avance significativo.
Porque al final, la lucha climática no se ganará solo con grandes tecnologías o infraestructuras gigantescas, sino también con decisiones sencillas y poderosas: no desperdiciar lo que ya tenemos y aprovecharlo para construir un país más justo, más resiliente y más sostenible.