Cuando la distancia se convierte en aislamiento: salud mental y migración
La soledad no deseada no es simplemente estar solo; es sentirse desconectado, sin vínculos significativos, sin un espacio donde compartir emociones. Cuando esta experiencia se prolonga, se convierte en un factor de riesgo para la salud mental, asociado a depresión, ansiedad y estrés crónico. Migrar implica dejar atrás redes afectivas, costumbres y espacios seguros, y enfrentarse a barreras culturales, lingüísticas y administrativas que intensifican la sensación de aislamiento. Cuando la incertidumbre se combina con la soledad, el impacto emocional puede ser devastador.
En la Feria de las Emociones organizada por Sin Fronteras, se evidenció cómo el autoestigma refuerza este aislamiento. Frases como “hablar de lo que me pasa no sirve de nada” o “si hablo de mis problemas solo voy a preocupar a los demás” reflejan creencias que inhiben la búsqueda de ayuda y perpetúan el malestar. En los espacios de reflexión surgieron emociones como desesperanza, enojo y frustración, que cuando se prolongan pueden convertirse en depresión o ansiedad. A esto se suman factores como el miedo ante trámites migratorios, la falta de espacios culturalmente sensibles y la sensación de que el tiempo no avanza durante los procesos legales, lo que genera indefensión.
Sin embargo, también se identificaron factores de protección: la religión, la amistad, el recuerdo del país de origen y la percepción de instituciones seguras donde se puede hablar sin juicio. Nombrar emociones y reconocer síntomas como la ansiedad fue un paso importante, porque cuando la experiencia se valida y se comparte, el estigma pierde fuerza. Aun así, muchas personas mencionaron que su estrategia principal para lidiar con el malestar es dormir, como si cerrar los ojos pudiera resolverlo. Dormir ayuda, pero no basta. Afrontar la soledad y el sufrimiento emocional requiere más que recursos individuales: necesita políticas públicas, acompañamiento institucional y comunidades que reconozcan la diversidad cultural.
Este 16 de diciembre, Día Internacional contra la Soledad No Deseada, no basta con recordar la fecha sobre una realidad que afecta a millones de personas y que, en contextos migratorios, se vuelve aún más compleja; es necesario asumir el reto. Combatir la soledad no deseada implica fortalecer redes de apoyo, crear espacios seguros, promover la psicoeducación y garantizar que la salud mental sea reconocida como un derecho humano. Hablar de lo que sentimos no es debilidad, es el primer paso para transformar la soledad en bienestar. Porque no hay salud sin salud mental, y nadie debería enfrentar la soledad en silencio.
Migrar no debería significar perder la posibilidad de sentirse acompañado. ¿Qué podemos hacer como sociedad para que quienes cruzan fronteras no crucen también hacia el aislamiento? Tal vez la respuesta esté en algo tan simple como abrir espacios para escuchar, reconocer la diversidad y construir redes que abracen la diferencia. La pregunta que queda abierta es: ¿estamos dispuestos a convertir la empatía en acción?
El autor, Óscar Armando Flores Rosas, es psicólogo en @SinFronterasIAP.