José Alberto García Gallo, artísticamente conocido como Alberto Cortez, fue un cantautor y compositor argentino que popularizó poéticas canciones; entre ellas, “Cuando un amigo se va”, que rivalizó con otras, como “Mi árbol y yo”, “No soy de aquí ni soy de allá”, “En un rincón del alma”, “Qué cosas tiene la vida, Mariana”, “Camina siempre adelante”, Callejero”, “A partir de mañana”, Castillos en el aire”, etc.
Con respecto a “Cuando un amigo se va”, dijo en una ocasión: “La escribí cuando murió mi mejor amigo, mi padre. Desde chico compartió sus cosas conmigo. Aparte de padre e hijo éramos amigos. Compartíamos la pasión por el futbol y el automovilismo. Él siempre trataba de mantenerme contento. El día que murió estaba por actuar en Madrid y me enteré de su muerte, no sé qué pasó esa noche”.
La letra de la canción es muy emotiva: “Cuando un amigo se va queda un espacio vacío, que no lo puede llenar la llegada de otro amigo. Cuando un amigo se va queda un tizón encendido, que no se puede apagar ni con las aguas de un río”.
Un sentimiento semejante se experimenta cuando fallece un maestro que prodigó sabiduría, vivencias, amistad y conocimientos con sus alumnos. Un caso reciente es el del tenor David Ramírez Hernández, originario de Ciudad Madero, Tamaulipas, quien llegó a ocupar el puesto de tenor principal en la Compañía Nacional de Ópera de Bellas Artes y recibió el Premio a la Docencia Artística.
El maestro Hernández amó profundamente Sinaloa, durante su permanencia en nuestra tierra aportó valiosos consejos a innumerables generaciones de voces profesionales, además de fungir como maestro de la Escuela Superior de Música y fundador del Taller de Ópera del Instituto Sinaloense de Cultura.
¿Rindo tributo a mis maestros?