Cuidar para que no repitan, la revolución empieza en la infancia

01/07/2025 04:02
    Decimos que el mundo está en crisis como si esa fuera una verdad distante, inevitable, abstracta, pero basta mirar quiénes gobiernan, quiénes toman decisiones, quienes mandan tropas, quiénes incendian redes o levantan muros. Adultos heridos, adultos solos, adultos que, en su infancia, tal vez nunca fueron cuidados.

    Hay niños que no aprendieron a jugar porque tuvieron que aprender a sobrevivir, pero también hay otros que, en medio del caos, fueron abrazados, escuchados, mirados a los ojos. Y a veces, eso basta para no repetir la historia.

    La semana pasada escribí sobre lo que no se mide en números, un mundo que arde mientras nuestros niños intentan ser niños y esta semana quiero reflexionar sobre lo que podemos hacer, lo que podemos cuidar desde nuestro lugar.

    Decimos que el mundo está en crisis como si esa fuera una verdad distante, inevitable, abstracta, pero basta mirar quiénes gobiernan, quiénes toman decisiones, quienes mandan tropas, quiénes incendian redes o levantan muros. Adultos heridos, adultos solos, adultos que, en su infancia, tal vez nunca fueron cuidados.

    Vivimos en una época que olvida lo esencial, que la forma en que tratamos a un niño no sólo marca su destino, sino el de todos, un niño al que no se le enseña a cuidar, crecerá defendiendo con dientes lo que cree que es suyo, un niño al que nunca se le escuchó, terminará gritando con furia, un niño al que se le negó la ternura, difícilmente sabrá darla. Y ese niño, mañana, será quien redacte leyes, comande ejércitos, firme tratados... o los rompa, o peor aún, cuidará y criará otros niños.

    El filósofo coreano Byung-Chul Han decía que el mundo moderno ha perdido el Eros, esa energía que une, cuida, vincula, vivimos, dice él, en un tiempo de rendimiento, de comparación, de sospecha, donde ya no hay lugar para el otro. Y sin embargo, ese otro siempre llega primero en forma de niño, vulnerable, diferente, incomprensible, un niño que pregunta, que llora, que desobedece, que necesita.

    Ahí, en esa primera relación con lo distinto, empieza todo.

    Tal vez por eso, cuidar sea el acto más político de todos, porque es resistir la lógica de la prisa, es detenerse a ver, es validar lo frágil, sin aplastarlo, es no reírse del miedo, no satanizar el error, cuidar es decirle a un niño: “no necesitas parecerte a nadie más”, es enseñarle que lo valioso no es ganar, sino compartir, que el juego no es sólo competencia, sino una forma de construir con el otro, y eso, eso cambia el mundo.

    Cuidar también es enseñar el desacuerdo sin violencia, la frustración sin castigo, la rabia sin aniquilación, es recordarle que todos tenemos derecho a un lugar, incluso aquellos con los que no entendemos nada, porque los grandes errores del mundo, las guerras, los genocidios, los discursos de odio, no empezaron con armas, sino con palabras, con burlas, con exclusiones.

    Muchos de los líderes que hoy incendian el mundo crecieron entre gritos, castigos o indiferencia, aprendieron que el poder se impone, que el otro es amenaza, que lo diferente se elimina y si no cambiamos esa fórmula desde la raíz, sólo repetiremos el ciclo, una y otra vez. No hace falta mucho estudio para darse cuenta que nuestra historia como humanidad son ciclos que se repiten una y otra vez, entre crisis, guerras, pandemias, no es difícil que ver que todos nuestros conflictos se construyeron porque alguien quiso pasar sobre el otro, negarle su otredad, minimizarlo, ridiculizarlo o desaparecerlo.

    Los adultos lastimados hoy, siguen lastimando a los adultos de mañana, siguen permitiendo que los patrones que tanto nos han lastimado se repitan, la ambición, el odio, la codicia no están en nuestros líderes, están impregnados en nuestra sociedad y nuestros líderes son lo más visible de la podredumbre que nos habita.

    Lo dijo bellamente el poeta chileno Raúl Zurita: “el niño que fui me salva del adulto que soy”. Y eso sólo es posible si ese niño fue visto, sostenido, amado, no por un solo adulto, sino por una comunidad entera que sepa mirar con ternura, incluso cuando hay dolor.

    Porque al final, lo que se siembra en la infancia no es sólo futuro: es destino colectivo.

    Una niña que fue escuchada será una mujer que escuche, un niño que fue respetado será un hombre que no necesite humillar para sentirse fuerte, una infancia cuidada no garantiza la paz, pero sí la posibilidad de imaginarla, y eso, en estos tiempos, ya es un milagro.

    Cuidar no es moda, es revolución silenciosa, es sanar el origen para que el final sea distinto, es formar humanos capaces de no repetir la historia que los lastimó, es, en palabras de Galeano, “no resignarse a que el mundo sea así”.

    Y por eso, hoy más que nunca, lo urgente no es sólo denunciar la guerra, sino cultivar el amor que impida que vuelva a empezar. En nuestras casas, en nuestras escuelas, en nuestra comunidad, con nuestros vecinos, el amor es la última trinchera de nuestra humanidad.

    Gracias por leer hasta aquí, nos leemos pronto.

    Es cuánto.

    Pd. Aprovecho para felicitar a mi esposa por su vuelta al sol, todos los días tu vida me ayuda a recuperar la fe en la humanidad. Tu amor incondicional, tu luz y tu espíritu lleno de bondad me llenan de esperanza.