El título de esta columna es una tautología (repetición innecesaria de una misma idea con diferente expresión), porque etimológicamente cultura significa cultivo (sembrar, cosechar, criar); por tanto, hablar de cultivar la cultura es realizar una tarea redundante. No obstante, elegimos este título por la importancia vital que revisten el cultivo y promoción de los valores culturales, puesto que –como dice una expresión común- no se dan en maceta.
Por otra parte, la palabra cultura se utiliza de muchas maneras en nuestro idioma: cuando se habla de hacer las tareas del campo se usa el término agricultura (cultivo del campo), o piscicultura (cultivo de los peces). Ya desde el siglo I, Cicerón hablaba de “cultura animi” (cultivo del alma), con lo cual señalaba que el ser humano se enaltecía con el saber.
El cultivo de la cultura es una de las labores principales que deben cumplir las autoridades elegidas por el pueblo. Es cierto que hay otros rubros importantes que no deben descuidarse; pero, tampoco conviene olvidar la precisión del filósofo Michel Serres:
“Si usted tiene un pan y yo tengo un euro, y yo voy y le compro el pan, yo tendré un pan y usted un euro, y verá un equilibrio en ese intercambio, esto es, A tiene un euro y B tiene pan, y a la inversa, B tiene el pan y A el euro. Este es, pues, un equilibrio perfecto. Pero si usted tiene un soneto de Verlaine, o el teorema de Pitágoras, y yo no tengo nada, y usted me los enseña, al final de ese intercambio yo tendré el soneto y el teorema, pero usted los habrá conservado. En el primer caso, hay equilibrio. Eso es mercancía. En el segundo, hay crecimiento. Eso es cultura”.
¿Cultivo y promuevo la cultura?
