El tema de la falta de medicamentos para niños con cáncer acapara por razones obvias la atención pública y la indignación general. A las contradicciones y mentiras de las autoridades sanitarias se sumaron hace unos días la demencial declaración de Hugo López-Gatell que atribuyó las protestas de los padres de esos menores por el desabasto a una “narrativa golpista” contra el Gobierno actual y la consecuente demanda de su destitución inmediata... que por supuesto fue bloqueada en el Congreso e ignorada en Palacio.

    Todo esto se da además en un marco desolador que en realidad debería aterrarnos. Independientemente de los estragos directos de la Covid-19, que según cifras reconocidas por autoridades del sector salud supera el medio millón de víctimas mortales, el deterioro general del sector salud es cada día más evidente. La liquidación del Seguro Popular y su sustitución por el Instituto de Salud para el Bienestar (Insabi) ha sido un costosísimo fracaso.

    El desmantelamiento de la red de distribución de medicamentos aduciendo motivos de lucha contra la corrupción ha provocado un desabasto de fármacos no visto en décadas. Para este año, el Gobierno ha reconocido que apenas consiguió adquirir el 55 por ciento de los requerimientos.

    A todo ello habrá que sumar los efectos secundarios de la pandemia, que no han sido todavía evaluados. Amén del desabasto de medicinas en instituciones públicas como el IMSS, el ISSSTE y la Secretaría de Salud, millones de pacientes han sufrido la suspensión de tratamientos, estudios y consultas médicas en una diversidad de padecimientos ajenos al coronavirus, como cáncer, diabetes, males cardiovasculares, renales, gastrointestinales y mentales, entre otros.

    La reconversión total o parcial para atención de Covid-19 de hospitales especializados como el de Enfermedades Respiratorias, Cancerología y Nutrición, además de muchos de los del IMSS y el ISSSTE, ha dejado médicamente en el desamparo a la mayoría de sus pacientes. Apenas ahora se reanudan en algunos de ellos los servicios regulares de atención ambulatoria y hospitalaria, así como de urgencias.

    Y algo quizá más trascendente y grave a mediano y largo plazo: la suspensión de investigación científica y clínica en diversos campos de la medicina. Al respecto, el doctor Gerardo Gamba Ayala, del Instituto Nacional de Ciencias Médicas y Nutrición “Salvador Zubirán” y miembro del Consejo Consultivo de Ciencias, escribió recientemente en la publicación de este organismo sobre los efectos colaterales que ha tenido la pandemia sobre la realización y curso de ensayos clínicos controlados no Covid.

    El especialista advierte que este efecto negativo ha sido todavía más intenso en instituciones como en la que trabaja, que se tuvieron que reconvertir en centros Covid. “En el Instituto teníamos al inicio de 2020 un total de 105 ensayos clínicos controlados vigentes para diversos tipos de cáncer, enfermedades renales y cardiovasculares, diabetes y metabolismo de lípidos, o diversidad de problemas infecciosos, reumatológicos o neurológicos. La mayoría de estos tuvieron que detenerse por motivos de la reconversión del Instituto y en algunos casos fueron suspendidos”.

    Adicionalmente, escribe, durante estos meses de la pandemia se ha postergado el proceso para registro e inicio de ensayos clínicos no Covid. Explica que los ensayos clínicos controlados son la forma en que la medicina avanza en la última etapa de investigación para poder llevar nuevos tratamientos a pacientes con diversidad de enfermedades, algunas de las cuales tienen una ventana de oportunidad muy corta de tiempo para su curación, o al menos para su remisión temporal y así otorgarle al enfermo algún tiempo más de vida, por lo que “es probable que durante el próximo año y quizá más, enfermos con este tipo de padecimientos, que se hubieran podido beneficiar de un medicamento probado en un ensayo clínico, no sea así, porque los ensayos clínicos fueron detenidos y por tanto la demostración de la eficacia de algún medicamento novedoso”.

    Una visión quizá más descarnada de las repercusiones que tendrá la pandemia en nuestras vidas la aporta un médico internista que vivió “el infierno” de la lucha contra el virus mortal en las salas Covid del Hospital Regional Número 30 del IMSS (Xola), en la colonia Del Valle de la capital.

    Hace justamente un año, el doctor Jorge Riancho Guzmán cimbró la conciencia y los sentimientos de los lectores en un relato que escribió para el periódico zonal Libre en el Sur acerca de la experiencia personal y el miedo de enfrentar la muerte rescatando a víctimas del coronavirus. En una nueva entrega para la edición digital de ese mismo medio correspondiente al mes de julio, el médico hace una evaluación de sus vivencias y de los efectos posteriores que esta tragedia puede acarrear.

    En la parte final de su texto pone:

    “Recuerdo que al comienzo de la pandemia, en muchas conversaciones se escuchaba decir que ésta seguramente dejaría a la humanidad más sensible, más empática, más respetuosa del medio ambiente, del planeta, de nuestros semejantes, porque habíamos entendido –al fin—, que somos muy vulnerables. Pero el día de hoy no percibo sinceramente que los cambios y la sensibilidad de los que se hablaba entonces, sean reales.

    “En los hospitales ya son otros los pacientes que ocupan esas camas, muchos de los cuales después de tanto tiempo están pudiendo recibir ya la atención médica de sus padecimientos que se hicieron crónicos y mucho más difíciles de curar. Las intervenciones quirúrgicas son mucho más complejas y con alto índice de complicaciones, los protocolos sanitarios son diferentes y la vida nos ha cambiado a todos. Hoy todavía no termina la pandemia, aun con la aplicación de las vacunas y de que ya son mucho menos los casos, no podemos dar carpetazo y cantar victoria, debemos seguir atentos y cuidándonos todos...”

    Amén de que la epidemia sigue entre nosotros y amenaza rebrotar, el panorama es simple y sencillamente desolador. Y habrá ahora que pagar los daños colaterales. Válgame.

    De la libre-ta

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