En julio de 1940, el General de División Manuel Ávila Camacho, del PRM -ancestro del PRI- se enfrentó a Juan A. Almazán, del PRNU. Además de ser recordada como una de las elecciones más violentas en la sangrienta historia de la democracia mexicana, la elección presidencial terminó con el siguiente resultado: Ávila Camacho, 93.9 por ciento de los votos; Almazán, 5.7 por ciento. En el Senado, 58 de 58 escaños para los del PRM; en la Cámara de Diputados, 172 de 173 curules para los oficialistas, uno para la Oposición. La maquinaria gobiernícola arrasó con todo.
Seis años después, la historia se repite. Miguel Alemán Valdés estrenando PRI, le gana rotundamente a Ezequiel Padilla Peñaloza, del PDM. En la urna, el 77.8 por ciento para el oficialismo, 19.3 por ciento para la Oposición. De nuevo, todo el Senado para los priistas, pero la Oposición logra seis curules en la Cámara de Diputados. En 1952, Adolfo Ruiz Cortines ganó con el 74 por ciento de los votos; en 1958, Adolfo López Mateos con el 90.4 por ciento; en el año de 1964, Gustavo Diaz Ordaz, con el 88 por ciento; y en 1970, Luis Echeverría Álvarez, con el 84.3 por ciento.
Me brinco hasta la elección de 1988, la famosa elección de “la caída del sistema”, en donde Carlos Salinas de Gortari “gana” con el 50.3 por ciento de los votos; Cuauhtémoc Cárdenas queda en segundo lugar con el 31.2 por ciento; Manuel Clouthier, con el 17 por ciento; y Rosario Ibarra, 1 por ciento. Ese fue el año de la ruptura, del colapso del sistema electoral mexicano que dio paso a los grandes cambios que fueron el génesis de nuevas leyes e instituciones electorales.
De 1940 a 1988, la Oposición no se quedó a contemplar las avalanchas electorales, sexenio a sexenio, miles de hombres y mujeres decidían, aun contra la obviedad de la derrota opositora, participar en los comicios. En los años duros, la participación política en la Oposición no era fácil, ser enemigo del sistema te ponía cerca de la cárcel o la tumba.
Un buen día, el dinosaurio cayó. El eterno partido de Estado fue doblegado en la urna por el voto de millones de ciudadanos que hartos del PRI decidieron sacarlos del poder. Fue con votos y en la urna, sin una sola bala, la gente salió a votar y juntos le ganaron al acarreo de gobernadores y presidentes municipales, chiquito quedó el sindicalismo charro de la CTM, CROC, CROM y otros, las vendidas ligas agrarias y resto de organismos filiales del PRI se entumieron. El poder de la nómina del Gobierno federal y la mayoría de los gobiernos estatales no le hizo ni cosquillas a la gran manifestación ciudadana que acudió a la urna a votar por la esperanza del cambio.
Hoy que está de regreso el partido de Estado, el presidencialismo exacerbado y el control presidencial sobre el resto de los poderes. El llamado de la Oposición es cuando menos ridículo y cobarde, se reformó la Constitución por la traición de tres senadores -uno del PAN y dos del PRD- mandatándose con ello, la elección del Poder Judicial y en esta elección, en lugar de hacer frente de manera honrosa, de llamar a combatir el voto corporativista, de convocar al voto libre para vencer el acarreo. Los acobardados líderes de Oposición prefirieron esconderse en el abstencionismo. Palo dado.
¿Qué va a pasar en 2027 o en 2030? Seguirán como los avestruces con la cabeza en el hoyo, o entenderán que el camino nos lo enseñó la historia. Insistir, una y otra vez, participar, perder y volver a participar, exigir, reclamar, denunciar y competir, pero en la urna. Convencer a los ciudadanos, llevar a la reflexión de las masas con argumentos, hacer política con valor.
Cuando la ciudadanía en su conjunto se decide a participar y a salir a votar, no hay acordeones que le ganen, no hay nómina gubernamental que pueda contra la avalancha ciudadana. El gran problema de la Oposición es la pequeñez de sus liderazgos y lo desgastado de su credibilidad. Ellos creen que, el domingo pasado, con el 90 por ciento de abstencionismo ganaron. Pobres ilusos.