Joel Díaz Fonseca
En marzo de 1995 una imagen dio la vuelta en todo el país, incluso en el extranjero. La del entonces coordinador del Partido Revolucionario Institucional en la Cámara de Diputados festejando la aprobación del incremento -del 10 al 15 por ciento- en la tasa del IVA.
Era la fotografía de Humberto Roque Villanueva festejando la “hazaña” priista con un ademán que todo mundo asocia con la expresión de “nos los fregamos”, por decirlo de una manera amable.
Nació entonces “la roqueseñal”, expresión que ha quedado para la historia, y que es recordada cada vez que se dan situaciones como esa, en que alguna bancada o grupo se impone en una votación.
A mí, como seguramente a muchos de ustedes, me vino a la mente este episodio al ver las expresiones de destacados morenistas, empezando por el morenista mayor, Andrés Manuel López Obrador, al dar a conocer el resultado de la consulta “nacional” sobre el proyecto del nuevo aeropuerto internacional de la Ciudad de México.
No esperaban ciertamente un resultado apretado como el que obtuvo la bancada priista en 1995, pero no importaba tanto el resultado de la consulta, sino celebrar que son mayoría abrumadora y restregarlo en la cara a quienes no comparten su visión de la “Cuarta Transformación”.
Los intentos de López Obrador y de sus operadores por tranquilizar a la sociedad mexicana y a los mercados por el resultado de la consulta, que no tiene carácter vinculatorio, han logrado un apaciguamiento momentáneo, pero la incertidumbre permanece.
¿Es válido que un gobernante, quien sea, ponga en manos del pueblo las decisiones que por ley a él le competen?
López Obrador fue votado por el 53.5 por ciento de quienes acudieron a las urnas. Esto plantea que además de los votantes que sufragaron por las otras opciones políticas (46.5 por ciento), hubo un universo importante de mexicanos que no se manifestaron ni a favor ni en contra de alguno de los candidatos.
En números simples y llanos, de los 89.1 millones de ciudadanos inscritos en la lista nominal, acudieron a las urnas solamente 56.4 millones, lo que significa que fueron casi 33 millones los empadronados que se quedaron en casa.
Si se suman los 33 millones que no votaron, a los casi 25 millones que votaron por otros candidatos, los 30 millones de votos a favor de López Obrador representan una tercera parte del universo total de empadronados. Aunque simples, estas operaciones matemáticas no debieran ser desestimadas por nadie.
Vayamos ahora a otra cuestión. Al sufragar por una opción política, el votante lo hace porque se siente representado y se identifica con ella, pero no significa que esté votando por sí mismo. El electo fue el candidato de Morena y es él quien tiene el mandato, no quienes votaron por él.
Es una incongruencia que quien tiene el mandato y quienes conforman la nueva mayoría en los recintos parlamentarios, pongan en manos del pueblo las decisiones que a ellos, y solamente a ellos, les competen.
Pueden, sí, hacer consultas populares y sondeos de opinión para medir la viabilidad de sus iniciativas y proyectos, pero no poner en manos de los consultados la decisión de aprobarlos o rechazarlos.
No puede desestimarse, sin embargo, la advertencia del Presidente electo en el sentido de que además de la consulta sobre el futuro del NAIM habrá más consultas para los temas importantes a nivel nacional.
Los mexicanos votamos por un ciudadano que ejerciera el mandato que se confiere en las urnas, no por alguien que ponga a otros a decidir, para luego decir que es el pueblo quien mandata tal o cual decisión.
Mucho menos deseamos que se repitan escenarios como el de la “roqueseñal”, que son un ninguneo a esa gran parte de la sociedad que no está de acuerdo con lo que se postula, se consulta y se decide, y que con todo derecho se manifiesta, aunque sea silenciosamente, en contra de aquello que considera que es injusto, impositivo e improcedente.
El jurista Diego Valadés expuso en un ensayo que la Constitución regula cuatro formas de relación con el poder: el derecho al poder, el derecho del poder, el derecho ante el poder y el control del poder.
¿Habrá otra forma, que no conozcamos, al margen de la Carta Magna, a través de la cual pretenda moverse el nuevo gobierno?
Descalificaciones con adjetivos como el de “camajanes” y “fifís” utilizados por el propio AMLO en un video difundido el domingo, no son una buena señal, son más parecidos al desfiguro de Roque Villanueva.