De mañaneras, mentiras, patos y escopetas

    Había un pediatra, brillante y buen médico, que tenía la mala costumbre de pensar en voz alta. Mientras revisaba al niño repasaba en su cabeza todas las posibilidades de diagnóstico conforme a los síntomas: puede ser una simple gripa, pero también neumonía; el dolor de pierna podría deberse a una torcedura, pero qué tal si es polio. Su diagnóstico solía ser muy bueno, pero en el ínter espantaba a todas las madres. Al final tuvo que cambiar de oficio.

    En ninguna profesión se miente tanto como en la política. La razón es muy sencilla: si nos dijeran la verdad, lo que realmente pasa por sus cabezas, nos pasaría como a los clientes del pediatra: saldríamos corriendo; nadie votaría ni confiaría en ellos. Los políticos han desarrollado una manera de decirnos las cosas con eufemismos, ocultando una parte de la verdad o en ocasiones toda la verdad. Nos dicen sólo lo que queremos oír y encima les aplaudimos. Brincar de ahí a la mentira, al dato falso, a la promesa que saben imposible de cumplir, hay solo un paso.

    Ante la avalancha de mentiras de los poderosos, el periodismo del Siglo 20 asumió como parte de su misión informativa revelar y evidenciar las falsedades de los políticos, fiscalizar la veracidad de sus dichos, recordarles sus propias declaraciones para que se hicieran responsables de sus palabras. Una parte del periodismo político está desde hace muchos años dedicado a ello. Cuando este periodismo se hace bien resulta muy molesto para el poder, lo cual, entre otras cosas significa que funciona. Cuando no se hace bien, cuando los medios sólo repiten lo que dicen los políticos sin cuestionar, los consumidores –sean lectores, televidentes o radioescuchas– se quedan con la sensación de que lo medios también les mienten, que están escondiendo la verdad.

    Pocos políticos en México mienten con la facilidad con que lo hace el Presidente López Obrador. Tiene un compulsión por crear su propia versión de la realidad, siempre con otros datos y otra forma de ver el problema. Tiene una facilidad increíble para sostener lo contrario de lo que dijo hace unos meses, para salir avante con historias que no tienen sustento alguno a partir de confrontar su credibilidad con la de los que él denomina sus adversarios. La fuerza del Presidente no está en la veracidad de sus dichos sino el descrédito de los partidos y los medios de comunicación, dos malas famas ganadas a pulso y de la mano los unos de los otros.

    Ahora es el Presidente quien hablará, todos los viernes, de las mentiras de la prensa. El pato está decidido a cazar escopetas, a confrontar su credibilidad contra la de los periodistas. El asunto, que parece una payasada, otra ocurrencia más de estas mañaneras convertidas en revista matutina de televisión, no es menor. La sanción de un Jefe de Estado a los medios de comunicación y periodistas conlleva irremediablemente a una reducción de las libertades. Como en las peores épocas del régimen de partido único, lo que busca el Presidente no es la censura sino la autocensura por temor, el miedo como forma de control.

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