Agencia Reforma / @jshm00
    Sheinbaum ha jugado a la política del tapado. No lo digo porque haya sido beneficiaria del dedazo, sino porque el gobierno que pudiera encabezar es un misterio para todos, aún para quien la quiere como sucesora. No se le ha escuchado una idea propia, una propuesta concreta que trascienda los lugares comunes del cuatrotismo. A cualquier oportunidad se persigna con las cuatro frases que configuran el universo intelectual del nuevo régimen. Si acaso, la distinción que ofrece es la que proviene de su formación: un lopezobradorismo con ábaco.

    Hace un par de años la capital era la esperanza de la oposición. En la elección intermedia, Morena recibió un castigo. La ciudad se partió en dos. Morena retenía siete alcaldías y las oposiciones ganaban nueve. Se veía a Claudia Sheinbaum como la responsable del revés. La elección se interpretaba como un voto de castigo a la jefa de gobierno. Se le veía como una política en declive que estaba perdiendo la joya de la corona. Cuánto han cambiado las cosas en poco tiempo. Ese personaje que parecía en caída libre es hoy la cabeza de la coalición oficialista, mientras las oposiciones, sin liderazgo claro en la capital, ven con preocupación la elección del año que viene. Pocas cosas tan dañinas en la política como el festejo anticipado.

    Las oposiciones echaron las campanas al vuelo en el 21. Si eran capaces de darle un golpe a Morena en el centro mismo de su poder, era solo cuestión de tiempo para que ese vuelco se extendiera a todo el país. Lo que estaba pasando en la capital era el anuncio de lo que sucedería tres años después, a nivel nacional. Para los voceros de la oposición, el avance en la ciudad de México era un ensayo de la elección presidencial. El castigo a Claudia Sheinbaum preludiaba lo que tendría que ser un castigo a López Obrador; el voto urbano de la capital anticipaba el comportamiento de los sectores medios del país que terminaría inclinando la balanza nacional.

    La capital aparece hoy como un territorio que el oficialismo tiene altas probabilidades de conservar. Desde luego, como debe decirse con cualquier apunte que se haga sobre la elección del 24, falta mucho tiempo para votar y muchas cosas pueden suceder. Pero el panorama que era sombrío hace unos años para el oficialismo parece hoy mucho más claro. Las encuestas que se han publicado recientemente sobre las preferencias electorales en la capital muestran una ventaja, no irremontable, pero ancha de Morena y sus aliados.

    La Jefa de Gobierno fue capaz de detener su caída en la opinión pública. Tomó nota del mensaje y trabajó con disciplina para remontar la adversidad. Por supuesto, contó con el apoyo del Presidente y se benefició del aparato oficial que se volcó para apoyarla, pero la candidatura que algún día se oficializará no puede ser considerada simplemente como un obsequio. Sheinbaum fue capaz de construir una imagen no solamente de lealtad, sino también de disciplina y de eficacia. Digo esto porque la peor actitud frente a la candidata del continuismo es el menosprecio. Ese menosprecio define en estos momentos la crítica a Sheinbaum. Me parece que es un punto de partida equivocado. Seguir retratándola como el títere movido por el autócrata es cerrar los ojos a una política de mayor valor de lo que se le concede en ciertos círculos. Gobernante competente de una ciudad complejísima, cabeza de un equipo preparado, Sheinbaum debe ser criticada frontalmente por la carga de sus lealtades, por esa disposición a mimetizarse y a imitar gesto y palabra de su jefe, por esa sumisión que no ha sido solamente indecorosa sino inmoral, por la poca claridad de su propuesta.

    Sheinbaum ha jugado a la política del tapado. No lo digo porque haya sido beneficiaria del dedazo, sino porque el gobierno que pudiera encabezar es un misterio para todos, aún para quien la quiere como sucesora. No se le ha escuchado una idea propia, una propuesta concreta que trascienda los lugares comunes del cuatrotismo. A cualquier oportunidad se persigna con las cuatro frases que configuran el universo intelectual del nuevo régimen. Si acaso, la distinción que ofrece es la que proviene de su formación: un lopezobradorismo con ábaco.

    Lo que resulta claro es que una herencia evidente es la soberbia moral. Nosotros no plagiamos, dijo, cuando aparecieron pruebas de plagio en un trabajo de Xóchitl Gálvez. En el momento en que Guillermo Sheridan documentó la trampa en la que también incurrió, Sheinbaum no pudo más que seguir el ejemplo del golpeador. Descalificar al crítico, pavonear una supuesta superioridad ética y presumir diplomas. Ella recomienda escuchar los ataques del amado líder contra un crítico. Yo recomiendo leer el artículo de Sheridan publicado en Letras libres que se titula “El tristemente célebre parrafito”. Para leer una sátira es necesaria una mínima comprensión lectora.

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