El 13 de enero de 2003, el Papa Juan Pablo II, en su Discurso al Cuerpo Diplomático acreditado ante la Santa Sede, expresó: “la guerra nunca es una simple fatalidad, es siempre una derrota de la humanidad”.
Con ocasión del 80 aniversario de los bombardeos atómicos sobre las ciudades de Hiroshima y Nagasaki, el Papa León XIV envió un mensaje al obispo de Hiroshima, Alexis M. Shirahama, reiterando sus sentimientos de respeto y afecto: “hacia los hibakushas sobrevivientes, cuyas historias de pérdida y sufrimiento son un llamado oportuno para todos nosotros a construir un mundo más seguro y fomentar un clima de paz”.
Señaló que las dos ciudades son “recordatorios vivos de los profundos horrores causados por las armas nucleares. Sus calles, escuelas y hogares aún llevan cicatrices—tanto visibles como espirituales—de aquel fatídico agosto de 1945”.
Reiteró que los sentimientos de paz y abandono de las armas son signos de fortaleza y valentía, no de temor y debilidad, como escribió Takashi Nagai, sobreviviente de Nagasaki: “La persona del amor es la persona de ‘valentía’ que no lleva armas”.
De manera especial, insistió, es preciso abandonar las armas que tienen el poder para causar una catástrofe total: “Las armas nucleares ofenden nuestra humanidad compartida y también traicionan la dignidad de la creación, cuya armonía estamos llamados a salvaguardar”.
El Pontífice subrayó que Hiroshima y Nagasaki se erigen como “símbolos de la memoria”, que nos instan a “rechazar la ilusión de seguridad fundada en la destrucción mutua asegurada. En su lugar, debemos forjar una ética global arraigada en la justicia, la fraternidad y el bien común.
Por tanto, motivó a todos a renovar el compromiso con la búsqueda de la paz, “una paz que es desarmada y desarmante”.
¿Busco la victoria de la humanidad?