Desde los estudios
hasta la acción social

DESDE LA CALLE
    En la columna pasada acepté la invitación a reflexionar los problemas de seguridad en Sinaloa desde otros enfoques, unos que ayuden a superar el discurso de ‘es causa del narco y no es nuestra atribución’ y así construir caminos para la acción local.

    En la primavera del 2019 me reuní por última vez con el doctor Mojardín. Ambrocio participó en mi comité de tesis doctoral entre el 2012 y el 2017; fue un sinodal extraordinario: leía y comentaba cada párrafo con dedicación. Yo le tenía respeto y admiración, así que esa primavera estaba expectante por conocer ese proyecto que quería plantearme.

    Como sabemos, Ambrocio formó generaciones de profesionistas e investigadores en la Universidad Autónoma de Sinaloa (UAS), además, como lo han descrito otros medios, fue un investigador sinaloense “con impacto mundial”. Entre las cualidades que le hemos reconocido, a mí me gusta señalar que su interés trascendía de los libros y artículos científicos hacia la acción social. Como columnista crítico, divulgador y gestor de organizaciones de la sociedad civil una buena parte de sus preocupaciónes estaban en las juventudes y las violencias estructurales en Sinaloa. Aspiró a ser rector de las UAS, coordinó el Consejo Estatal de Seguridad Pública, dirigió el Laboratorio de Investigación de la Memoria y el Aprendizaje, y por allá en el 2011 intentamos echar a andar un observatorio de las violencias en Culiacán en conjunto con otros investigadores.

    Esa primavera del 2019 me había citado en el café Miró para proponerme un nuevo proyecto: quería que formaramos un grupo para el estudio, reflexión e intervención en las violencias desde un enfoque psicosocial y sociológico. Ya tenía en mente ciertos detalles: invitaríamos a algunos de sus ex estudiantes que ya eran jóvenes investigadores en temas de juventud e infancias, entre ellos Cesar Burgos, Eva Angelina Araujo y David Moreno, así como a académicos locales y nacionales con larga trayectoria. Nos reuniríamos periódicamente, decía medio en broma “como la Escuela Sociológica de Chicago” a discutir temas relacionados con violencias, fenómenos sociales, territorio, comunidades, instituciones y juventud, compartiríamos avances en las investigaciones y emprenderíamos proyectos de intervención en conjunto.

    Me entusiasmó mucho la idea, no obstante, no logramos concretarla. No volvimos a reunirnos; tampoco pude despedirme y agradecer. Cuando supe de su fallecimiento ya era demasiado tarde para escribir.

    En estos días he recordado el proyecto de Ambrocio a la luz de otra iniciativa, la de un colectivo de académicos y activistas que trabajan con el CONACYT en el estudio interdisciplinario de violencias y juventud en Sinaloa. Este proyecto PRONACE (que tiene buenas posibilidades de concretarse), bajo el liderazgo del Dr. Juan Carlos Ayala, es una buena oportunidad para la generación de sinergias. La iniciativa se inserta en las nuevas estrategias del este consejo nacional: cruzar el puente desde la investigación hasta la acción social, construir conocimiento horizontal con las comunidades, proponer soluciones y accionar desde lo local. Sinaloa cuenta con elementos para integrar un modelo que incluso pueda replicarse en otras regiones.

    En la columna pasada acepté la invitación a reflexionar los problemas de seguridad en Sinaloa desde otros enfoques, unos que ayuden a superar el discurso de “es causa del narco y no es nuestra atribución” y así construir propuestas locales. En este segundo texto, a propósito de los proyectos de Mojardín y Ayala, planteo que el estudio e identificación de las violencias en comunidades donde se concentran los grupos en riesgo, a través del análisis de datos históricos y presentes, y en una construcción de conocimiento “desde abajo”, otorgaría elementos para el diseño de intervenciones focalizadas; de esta manera superaríamos los programas que parten de supuestos, que no consideran las particularidades de los espacios sociales y que ejecutan acciones desagregadas con resultados pobres (y/o desconocidos). Esta información diagnóstica derivaría en la creación de un banco de proyectos factibles para el trabajo territorial de las instituciones públicas y de la sociedad civil, con indicadores que permitan la evaluación.

    Aunque estas ideas no son nuevas, en realidad no existen experiencias de este tipo en las administraciones sinaloenses, al menos no que partan desde estudios críticos de las violencias hacia la intervención. Con el cambio de gobierno estatal se presenta una coyuntura.

    Gracias por leer este texto que escribí en memoria del maestro Ambrocio Mojardín, y en apoyo a investigadores y activistas sinaloenses que trabajan por la construcción de paz.

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