Una antigua tradición señala que si un enamorado desea saber si su amada lo quiere o no, basta con deshojar una margarita y el último pétalo le dará la respuesta afirmativa o negativa.
Sin embargo, el amor no es cosa de acertijos o adivinanzas, sino de entrega total y generosa. Aún más, lo importante no es preguntar si la otra persona me ama, pues lo determinante es si yo la amo. Éste es el platillo que inclina la balanza.
Por eso, el Papa León XIV en la reflexión de la audiencia de ayer, se detuvo en el pasaje de la parábola conocida como el relato del “buen samaritano” (Lc 10, 25-37), donde Jesús pone el acento en la compasión y amor que se debe derramar sobre el prójimo (que significa próximo, el que está cerca), a la vez que “desnuda” la ignorancia y falta de amor de un Doctor de la Ley, quien se sentía experto en desentrañar el mensaje revelado en la tradición judía y en la Sagrada Escritura.
Este experto hombre se declaró incompetente para conocer quién era su prójimo, porque se situó desde lo atalaya de su egoísmo. En cambio, Jesús lo invitó a mudar de perspectiva; es decir, no preguntarse quién es mi prójimo, sino de quién me hago prójimo.
“Por eso, Jesús narró una parábola que es un camino para transformar esa pregunta, para pasar del «¿quién me quiere?» al «¿quién he querido?». La primera es una pregunta inmadura, la segunda es la pregunta del adulto que ha comprendido el sentido de su vida. La primera pregunta es la que pronunciamos cuando nos situamos en un rincón y esperamos, la segunda es la que nos impulsa a ponernos en camino”, señaló el Papa.
¿Soy compasivo? ¿Me hago prójimo del necesitado?