Lo más fácil y sencillo es devolver una bofetada con otra bofetada; lo verdaderamente heroico es no responder el mal y devolver un bien. Sí, éste es el ideal; sin embargo, casi todos fallamos en la práctica porque nos arrastra el instinto. Jesús, cuando fue tomado prisionero y llevado ante Anás, lo golpeó un soldado, y replicó diciendo que no tenía derecho a golpearlo: “Si he hablado mal, declara lo que está mal; pero si he hablado bien, ¿por qué me pegas?” (Jn 18,23).
Claro, alguien podría pensar que si no estuviera prisionero devolvería la bofetada; No obstante, Jesús no reaccionó agresivo, sino que pidió explicación de la agresión que sufrió.
¿Cuántas bofetadas o malos tratos recibiremos cada día? Pueden ser muchas, pero lo importante es pausar nuestra respuesta y reaccionar sin agredir ni devolver el golpe, de acuerdo a la famosa Ley del Talión: “ojo por ojo y diente por diente”, pues de esa manera todos resultaremos afectados por el proceder primario y violento.
Pablo D’Ors, de quien hablamos en la columna anterior, refirió: “La vida está llena de bofetadas, el mundo es violento y tenemos tres formas de responder: La venganza, devolver la bofetada; la amargura interior, el rencor que suscita la violencia recibida; El perdón, que no es otra cosa que transformar una adversidad en una oportunidad de crecimiento, tener una actitud constructiva... Perdonar es la única alternativa constructiva ante el agravio”.
Añadió: “Una de las últimas cosas que Jesús hace en este mundo es perdonar: Perdónales porque no saben lo que hacen, dice en la cruz. Perdonar no es tan fácil, pues requiere haber trascendido el ego o yo superficial y vivir desde el alma o yo profundo”.
¿Devuelvo la bofetada? ¿Recurro a la Ley del Talión, o perdono de corazón?
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