Esta semana tuve la oportunidad de participar en el congreso “Agenda Ética y Desarrollo Sostenible”, organizado de manera conjunta por las redes latinoamericanas de Ética Aplicada y la de Enseñanza de la Ética. Imposible relatar en este breve espacio lo aprendido en las conferencias magistrales, paneles y talleres. Lo que sí puedo recuperar es una reflexión que brotó del panel donde discutimos sobre la educación de calidad, afán contenido en el cuarto objetivo de la agenda mundial para el desarrollo sostenible.
La cosa estuvo más o menos así. La primera en tomar la palabra fue mi querida colega Juny Montoya, directora del Centro de Ética Aplicada de la Universidad de los Andes, quien arrancó con una provocación que encendió la mecha: “El sistema educativo tiene una deuda ética”. Dicho de esta manera pareciera que el juicio fue un escopetazo al aire, pero no fue así. Su mira estaba bien ajustada, de ahí que haya dado con su primer disparo en el blanco del problema de la baja calidad en la educación. Imposible hablar de educación de calidad si no garantiza la equidad e inclusión en el acceso para toda persona que requiera ser escolarizada, especialmente, las y los niños de los países subdesarrollados.
Como señalé en el panel, a decir de la UNESCO, la pandemia provocó que “el 91 por ciento de la población escolar del mundo haya sido afectada por el cierre de escuelas”, obligando a éstas a continuar las clases de manera remota. La salida es lógica, pero imposible de llevar a la práctica, por las condiciones de precariedad que prevalecen a lo largo y ancho de Latinoamérica.
Por su parte, el gobierno mexicano puso en marcha el programa Aprende en Casa, el cual contempla el uso de recursos digitales que solo pueden ser consultados desde la red. Sin embargo, como refiere el Instituto Nacional de Estadística Geografía e Informática, en México, “la proporción de hogares que disponen de computadora registró un descenso marginal, al pasar de 44.9 por ciento en 2015 y 2018 a 44.3 por ciento en 2019, lo que significa una reducción de 0.6 puntos porcentuales”, lo cual significa que más del 50 por ciento de los estudiantes de educación básica se quedó sin la posibilidad de continuar con sus estudios desde casa por tres razones: no tienen computadora, el acceso a Internet es desde teléfonos inteligentes con un acceso restringido a los datos.
Así pues, menos de la mitad de las y los niños no pudieron acceder al programa Aprende en Casa, haciendo nuestro sistema educativo más abultada su deuda ética, porque quien tiene recursos accede y continúa con su educación; quien no los tiene seguirá rezagándose y distanciándose de aquellos que nacieron con fortuna de cuna. Visto de esta manera, el asunto de la calidad resulta ser un deber ético por una simple razón: una educación sin calidad es una educación inmoral. Me explico.
Mucho se ha dicho que la educación del futuro debe distinguirse, como mínimo, por los siguientes rasgos: gratuita o a un costo muy bajo, accesible desde cualquier tecnología doméstica, rápida de acreditar, extremadamente práctica (sin rollos teóricos de por medio), enfocada al desarrollo de habilidades y, entre otras cosas más, alejada de los procesos administrativos farragosos utilizados por las universidades.
Esto lo tiene muy claro YouTube. Satisfacer el deseo por aprender algo es facilísimo. Basta con buscar el tutorial adecuado y listo. Conocimiento rápido, práctico y sin costo.
Sin embargo, tal como pasa con los tamales mexicanos, en la red encontramos de todo (de chile, mole, frijol y dulce), porque la oferta es amplísima. Va un ejemplo. Busqué un tutorial para hacer algunos ejercicios que me permitieran reducir el dolor que me produce el nervio ciático y, en menos de un segundo, me arrojó más de 30 propuestas distintas. Además de dolor, tuve que enfrentar la pesada tarea de decidir entre las diez mejores maestras de yoga, doctores, fisioterapeutas y adoloridos que el malestar les convirtió en expertos que generosamente comparten consejos y secretos para lograr hacer cosas tan simples como ponerse un pantalón, subirse al coche o bajar de la cama, sin que ello sea un infierno (quien padezca de esta afección, no me dejará mentir).
Tras elegir, terminé el tutorial sin pagar un solo centavo, ni demostrar mis nuevas habilidades para lidiar con el nervio ciático. Pero también es cierto que garantiza que lo visto en el tutorial sea algo que verdaderamente aprendí y pueda llevarlo a la práctica de manera adecuada. Si esto es así un tutorial para aliviar un dolor de espalda, imagine usted qué pasará con temas mucho más sofisticados que hasta hace muy poco tiempo eran terreno exclusivo de las universidades y los centros especializados. Visto de esta manera, no hay necesidad de estudiar en una escuela de chefs para poder cocinar platillos súper sofisticados o ser fisioterapeuta para recomendar una rutina de ejercicios a quien la necesite. En un santiamén YouTube ¡te convierte en experto!
¿Ello quiere decir que estamos frente al ocaso de la formación en las aulas universitarias y el nacimiento de la educación por YouTube? Si esto fuera así, creo, estamos ante un gravísimo riesgo que hará aún más grande la deuda ética que enfrentan nuestros sistemas educativos. Van cuatro razones que no agotan todas las que hay.
Los contenidos que enseñan a través de YouTube nunca aseguran un mínimo de calidad, lo cual podría llegar a poner en riesgo al usuario final de los conocimientos que se transmiten a través de dichos contenidos.
De igual forma, el abaratamiento del acceso a dichos conocimientos podría impactar el desempeño de los actores en el mercado laboral. Un empresario podría pensar que no tiene sentido pagar por los servicios de un egresado universitario, si en el mercado es posible encontrar gente con las mismas habilidades, donde la “única diferencia”, es que éstas fueron adquiridas a través de tutoriales de libre acceso.
El problema no acaba en lo dicho. El fin y sentido de la educación es que las personas aprendan conocimientos, desarrollemos habilidades y las empleemos apegándonos a los valores promovidos por la ética profesional. Difícilmente esto se logra en la oferta disponible en la red. Los muchos instructores de YouTube, más que promover un uso responsable y ético de los conocimientos que enseñan, buscan las visitas requeridas para que su caja registradora comience a sonar. Lo que haga el aprendiz con los conocimientos adquiridos será asunto del él y no del instructor.
En justicia, también debo decir que no todo está mal. Además de muchos contenidos de enorme calidad, YouTube ha venido llenando algunos de los vacíos que nuestro sistema educativo no ha podido llenar. Nos guste o no, esto pasa y seguirá pasando.
Y por no dejar, van unas cuantas preguntas al margen: ¿Qué pensar cuando un Presidente Municipal exhorta a la ciudadanía a quedarse en casa porque no hay policías suficientes que garanticen la seguridad pública? ¿Cómo debe actuar el gobierno federal cuando en un puente entre los límites de Zacatecas y Aguascalientes aparecen nueve muertos colgados? Ante este escenario, ¿hay algo más allá de esa máxima simplona de los “Abrazos y no balazos”?