El retintín de los villancicos y el envolvente deslumbre de las luces navideñas, nos conducen de manera esperanzadora hacia el punto del tiempo en el que el año en curso entregará la estafeta al ciclo anual que comienza con su carga de ilusiones, cuya realización dependerá de la fortaleza y la claridad mental con la que asumamos los retos que debamos afrontar para conseguir lo propuesto; esto en cuanto a lo personal, ya que en cuanto al logro del bienestar general, si bien es cierto que cuenta nuestro aporte individual para su cristalización, hay circunstancias que están alejadas de nuestra voluntad para impedirlas.
Es el caso de la violencia que prevalece a nivel mundial, a la cual se apareja la que ha sido tema de quebradero de cabeza en nuestro país, y que de poco más de un año a la fecha se ha recrudecido en nuestro solar estatal.
A nivel mundial, los perros de guerra como Trump, Putin, Netanyahu, Kin Jong Ung, a los cuales se unen los extremistas que han hecho de la religión su estandarte de batalla para justificar sus eternos conflictos; todos ellos, un día sí y otro también, atizan la posibilidad de una conflagración mundial, manteniendo un juego constante de medición de fuerza, que, en un descuido, pueden pulsar el inicio de un conflicto armado de consecuencias inconmensurables. Ante ello, solo nos queda rezar para que no suceda.
Por lo que toca a nuestro país, la disputa territorial y por la imposición de poder en los mismos, entre los grupos armados y el propio gobierno, mantiene a muchas entidades de nuestra patria, bajo un clima de intimidación que parece inacabable y que nos ha robado nuestro derecho a la tranquilidad, poniendo sobre nuestras cabezas la espada, que de manera fortuita, nos puede convertir en víctimas colaterales de las acciones violentas entre pandillas o de éstas con las fuerzas del gobierno.
Los imparables violentos han llegado a convertirse en poderes fácticos, los que además de imponer su fuerza, también cometen el abuso de ser factores dominantes que en su favor le ponen precio a la riqueza productiva y, en algunos giros comerciales, deciden qué productos se expenden. Por supuesto, su dominio no solo lo imponen con el recurso armado, también incurren en la desaparición forzada de personas, bien sea por venganza, por extorsión, para reforzar su planilla de combate o con fines de trata de personas para la explotación sexual.
El engendro de mil cabezas que nos ha robado nuestro derecho a vivir con tranquilidad, nació, se alimentó y creció, cobijado por la corrupción gubernamental y la impunidad derivada de la misma, hasta transformarse en el ente indomable en el que hoy está convertido, acabando con vidas y patrimonios; asimismo, como un poderoso virus que ha infectado a las esferas gubernamentales, de tal suerte, que lo hacen ver como inextinguible a corto plazo.
Y dentro del conflicto interno que vivimos, el cual alcanza el grado de lucha fratricida, algo podemos aportar para atemperarlo, aportando nuestro cambio personal tendiente a la responsabilidad familiar ciudadana y por supuesto, rechazando el involucramiento en la llamada narco cultura.
El año nuevo, en lo general, no pinta bien, pero de cualquier manera, recibámoslo cargados de fe y esperanza; deseando para nosotros mismos y para los que nos rodean, un cúmulo de salud adicionado con un alto voltaje de claridad mental para agradecer los frutos y aceptar los malos momentos que la vida nos plante ¡Vivamos a plenitud el 2026!