Hemos dicho que celebrar la llegada de un nuevo año simboliza un nuevo amanecer; sin embargo, la metáfora no sería completa si no se le acompaña también con la acción de despertar.
En efecto, ¿de qué sirve que haya un nuevo amanecer, si no hay unos ojos que lo contemplen, una consciencia que se sienta interpelada por él y unos brazos que trabajen activamente para actuar en consecuencia?
Es común encontrar personas que caminan sonámbulas por la vida, debido a que persiguen falsos valores y absurdas quimeras. Permiten que su espíritu deambule adormilado por etéreos oropeles y frágiles lentejuelas, mientras languidece por la ausencia de un alimento sustancial y consistente.
Rabindranath Tagore, quien fue reconocido con el Premio Nobel de Literatura en 1913, convirtiéndose en el primer autor no europeo en obtenerlo, escribió unos poemas en prosa titulados “Gitanjali”.
El poema número 35 es una plegaria que dirigió a la divinidad, en la que suplicó que le concediera a su patria el ansiado despertar en un cielo de libertad:
“Permite, Padre, que mi patria se despierte en ese cielo donde nada teme el alma, y se lleva erguida la cabeza; donde el saber es libre; donde no está roto el mundo en pedazos por las paredes caseras”.
Continúo pidiendo con ardor: “Donde la palabra surte de las honduras de la verdad; donde el luchar infatigable tiende sus brazos a la perfección; donde la clara fuente de la razón no se ha perdido en el triste arenal desierto de la yerta costumbre; donde el entendimiento va contigo a acciones e ideales ascendentes...”
Y concluyó con una súplica confiada y esperanzadora: “¡Permite, Padre mío, que mi patria se despierte en ese cielo de libertad!”
¿Secundo el prometedor amanecer con un fecundo despertar? ¿Pinto el cielo con libertad?
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