Durante los últimos ocho años y medio de su vida, el filósofo Arthur Schopenhauer estuvo escribiendo meditaciones y reflexiones que reunió en un tomo titulado Senilia (envejecer, pero que significa El arte de envejecer). Estos trazos y retazos le servían de alimento espiritual para soportar el difícil trance en que “el Nilo llega a El Cairo”. Es decir, el momento en que el río de la vida desemboca en su punto final.
Muchos contemplan la vejez como un tiempo de pérdida de capacidades y decadencia. Sin embargo, habría que considerarla, más bien, como el tiempo de la cosecha, de la culminación del viaje que se ha recorrido. De hecho, desde el mismo comienzo de nuestra existencia comenzamos a envejecer.
El filósofo alemán reflexiona sobre los pros y contras del inicio y el final: “Si el carácter de la primera mitad de la vida viene determinado por el anhelo insatisfecho de la felicidad, de igual modo el carácter de la segunda mitad viene determinado por la preocupación ante la infelicidad... En la primera prevalecen ilusiones, sueños y quimeras; en la segunda, el desencanto, en el cual se destaca la vanidad de todo... En la juventud predomina la opinión, en la vejez el pensamiento: de ahí que aquella sea el tiempo de la poesía y ésta más bien de la filosofía”.
Cada edad, pues, tiene sus conveniencias e inconvenientes. Hay que aceptar cada etapa para terminar serenamente, como dijo José Luis Sampedro: “El arte de la vejez es arreglárselas para acabar como los grandes ríos, serena, sabiamente, en un estuario que se dilata y donde las aguas dulces empiezan a sentir la sal, y las saladas un poco de dulzura. Y cuando te das cuenta ya no eres río sino océano”.
¿Disfruto pausadamente el arte de envejecer?