Últimamente me he sorprendido pensando con más frecuencia en la salud, no solo en la salud que cabe en un expediente clínico, sino en esa otra, más amplia, que tiene que ver con las posibilidades de vivir mejor. Quizá sea por las cifras que he visto recientemente, México enfrenta una crisis profunda en cobertura, personal médico y camas hospitalarias por habitante y hay estados donde la distancia entre una comunidad y un hospital es casi una sentencia, ciudades donde la urgencia supera sistemáticamente la capacidad y ante ese panorama, no he podido evitar hacerme una pregunta que me persigue desde hace semanas: ¿Qué más podemos hacer cuando pensamos en salud? ¿Hemos reducido demasiado su significado? ¿O hemos olvidado que el bienestar también se construye desde otros lugares?
Hay una forma de medicina que no se vende en farmacias ni se administra con jeringas, pero puede transformar profundamente la vida de una persona, es invisible, pero deja huellas y está en las formas que habitamos, en los colores que contemplamos, en los sonidos que acarician la memoria, se llama arte y sí, puede sanar.
Desde los templos antiguos hasta los hospitales contemporáneos, la arquitectura ha influido silenciosamente en el bienestar humano, no es casual que los monasterios hayan sido diseñados con patios que invitan a la introspección, o que los ventanales de las catedrales filtren una luz que calma el alma. Hoy, conceptos como el diseño biofílico, que integra naturaleza, luz y ventilación en los espacios, han demostrado reducir el estrés, mejorar la concentración y acelerar procesos de recuperación, como el arquitecto Roger Ulrich lo documentó con gran claridad, pacientes con vistas a árboles sanan más rápido que aquellos que solo miran un muro.
En el Reino Unido, los centros Maggie’s han llevado esta idea aún más lejos, diseñados por arquitectos de renombre, estos espacios para personas con cáncer no parecen clínicas, sino refugios de dignidad y allí, el entorno no acompaña el tratamiento, forma parte del tratamiento.
Y si la forma cura, el sonido también, la música toca zonas del cerebro donde otras terapias no alcanzan, en salas de parto o unidades de cuidados intensivos, ha demostrado reducir la presión arterial, el dolor y la ansiedad. En hospitales como Mount Sinaí en Nueva York, la música es ya considerada medicina, en personas con Alzheimer o Parkinson, la musicoterapia puede evocar recuerdos que parecían perdidos, restablecer conexiones dañadas, devolver un instante de lucidez que la enfermedad había ocultado.
Lo mismo ocurre con la pintura, la escultura o cualquier experiencia estética significativa, crear o contemplar belleza nos recuerda que estamos vivos, un niño que modela barro mientras batalla una enfermedad, un adulto mayor que observa una obra y se reencuentra con su historia, un visitante en un museo que suspira frente a un cuadro, todos ellos están recibiendo una forma de cuidado y quizá no lo saben, pero algo dentro de ellos sí.
La Organización Mundial de la Salud tampoco ha sido ajena a esta evidencia, en 2019 publicó un informe que revisa más de 900 estudios y llegó a una conclusión rotunda, el arte mejora la salud física, mental y social, no como un adorno cultural, sino como una herramienta real, medible y necesaria. Entonces, frente a la fragilidad de nuestros sistemas de salud, frente a la saturación, las demoras y la incertidumbre, surge una posibilidad distinta, pensar los hospitales como galerías, los centros de salud como jardines, las consultas como espacios donde la belleza también tenga un rol y no se trata de romantizar la enfermedad, se trata de reconocer que la salud no es solo ausencia de dolor, sino presencia de sentido.
Tal vez ese sea el punto de partida para responder la pregunta que me inquieta, ¿qué más podemos hacer cuando pensamos en salud? Ampliar su definición, y entender que el bienestar es también emocional, sensorial, simbólico, que sanar implica algo más que reparar un daño físico, implica imaginar un futuro posible, reconectar con lo humano, sentirse acompañado por la forma, el color, el sonido.
El arte nos recuerda que somos más que un cuerpo, que sanar también es crear, habitar con dignidad, escuchar con emoción, ver con asombro y sentir que la vida, incluso en la fragilidad, puede ser bella.
Y eso, también, es medicina.
Gracias por leer hasta aquí. Nos leemos pronto.