Todos sabemos que vivimos en una sociedad que privilegia el consumo. Consumir no es algo malo o negativo; sin embargo, todo depende -como señala Adela Cortina en su libro Por una ética del consumo- en ¿qué se consume?, ¿quién consume?, y ¿quién decide lo que se consume?
La filósofa española precisó: “En nuestras sociedades no se trata de consumir bienes básicos y necesarios, sino que lo característico es el consumo de bienes superfluos... El consumo se convierte, pues, en la base de la autoestima y de la estima social, en el camino más seguro para la felicidad personal, para adquirir un estatus social y para el éxito de la comunidad política”.
Al tratar de proveer solamente los productos que proporcionen estos satisfactores, a donde nos está conduciendo la actual sociedad es a consumir lo que nos consume, no lo que nos consuma (en el sentido de realización).
Hablamos de la tendencia de la sociedad actual, porque la seducción de la publicidad y de la moda es muy fuerte, pero conviene recalcar que esta serpiente acosa al ser humano desde el inicio de los tiempos.
Leyendo el libro del Génesis, desde esta perspectiva, encontramos que la serpiente tentó a la primera pareja para que adquiriera el fruto del árbol prohibido, no obstante que no lo necesitaran porque tenían ya una amplia oferta para satisfacer sus necesidades biológicas.
La engañosa serpiente recurrió a la estratagema de venderles una imagen y un estilo de vida totalmente diferente (seréis como dioses), si es que se decidieran a adquirir el nuevo producto.
Al dejarse seducir, el ser humano abrió los ojos y advirtió el surgimiento de una cascada de nuevas necesidades con las que no contaba (se dio cuenta de que necesitaba cubrir su desnudez).
¿Me consume el consumo?
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