Todos ansiamos ser felices, a nadie nos gusta ser desgraciados o desdichados. ¿Pero, hemos analizado fríamente en qué consiste la felicidad? ¿No será común que nos adentremos en innumerables vericuetos buscándola, sin saber a ciencia cierta en qué consiste? Sí, admitámoslo, porque en muchas ocasiones navegamos en maresilusorios buscando felicidades etéreas, abstractas o burdas quimeras y caricaturas de ellas.
En efecto, a esa constatación arribamos al leer “El diario de la felicidad”, de Nicolae Steinhardt, quien vivió de 1912 a 1989 y nació en Bucarest en una familia judía. Se desempeñó como abogado y escritor, pero fue encarcelado por el régimen comunista en 1960 y liberado en 1964. Durante su estancia en prisión se convirtió al cristianismo ortodoxo y en 1980 profesó como monje ortodoxo. Su obra a la que hacemos alusión la terminó en 1972, pero fue publicada de manera póstuma.
El 2 de agosto de 1964, mientras aguardaba su liberación, escribió: “En la pequeña celda de Zarca, solo, me arrodillo y hago balance. Entré en la cárcel ciego (con vagos atisbos de luz, pero no sobre la realidad sino interiores; iluminaciones que nacen de la propia tiniebla y deshacen la oscuridad sin disiparla) y salgo con los ojos abiertos; entré mimado y caprichoso y salgo curado de ínfulas, aires de grandeza y caprichos; entré insatisfecho y salgo conociendo la felicidad; entré nervioso, irascible, sensible a las minucias y salgo indiferente; el sol y la vida me decían poco, ahora sé saborear un trozo de pan, por pequeño que sea; salgo admirando por encima de todo el valor, la dignidad, el honor, el heroísmo; salgo reconciliado: con aquellos a los que he hecho mal, con los amigos y los enemigos, incluso conmigo mismo”.
¿Soy realmente feliz? ¿Dónde encuentro la verdadera felicidad?