Nicolae Steinhardt, autor rumano de quien ya hemos hablado al tratar de su “Diario de la felicidad”, que comenzó a idear cuando estuvo prisionero en la cárcel a causa del régimen comunista, señaló:
“Obviamente, en la cárcel no podía ni soñar con tener lápiz o papel. Por lo tanto, no sería sincero si sostuviera que he escrito este ‘diario’ día a día. Está escrito aprés coup, sobre la base de unos recuerdos frescos y vivos. Puesto que no pude fijarlo en aquella época, creo que me está permitido presentarlo en este momento a saltos, tal y como, ahora de manera real, me han venido las imágenes, los recuerdos y los pensamientos a este caudal de impresiones al que solemos llamar conciencia. El efecto, seguramente, tiende a lo artificial; es un riesgo que debo aceptar”.
Sorprende la nitidez y fidelidad de los recuerdos que se desgranan por la incansable memoria de Steinhardt. No debe haber sido fácil reproducir los fantasmas que lo atormentaron durante su privación de la libertad, pero sí gratificante el poder soltar la pesada carga y torturas que tuvo que llevar sin almacenar podridos sentimientos de venganza durante su largo periodo de confinamiento.
De por sí su detención y encarcelamiento habían sido absurdos, puesto que no cometió ningún delito, salvo el de no querer delatar a unos amigos con los que convivió en tertulias literarias. Sin embargo, su corazón no albergó coraje, odio, amargura y resentimiento. Al contrario, su encarcelamiento constituyó una brillante oportunidad para trabajar en su transformación interior y alcanzar la beatitud, como comenta en su texto íntimo, reflexivo y esperanzador.
Efectivamente, cualquier otra persona que sufriera esa experiencia se habría amargado, deprimido o hasta suicidado; pero él escribió: “La cárcel es mi lugar de realización”.
¿Me realizo en el dolor?