El duelo monárquico y el duelo de la 'plebada'

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    omar_lizarraga@uas.edu.mx
    Es un día triste para muchos, pero más triste es que en México hay miles de familias que no pueden siquiera tener un funeral, pues no saben dónde están sus hijos. Sólo un día desaparecieron.

    Hoy es un día triste para alguien que no conozco. Alguien por ahí, hoy o en días recientes, ha perdido a un padre, una madre, abuelos, tíos, o hermanos. O más doloroso aún, alguien ha perdido a un hijo o una hija. Los psicólogos y tanatólogos afirman que normalmente pasan alrededor de doce y dieciocho meses para aminorar ese dolor en el alma.

    Desde un punto de vista antropológico, el rito de paso que todos conocemos como un funeral, sirve para sobrellevar ese duelo. El funeral facilita la aceptación de la pérdida y el reconocimiento de la muerte del ser querido. También permite a los dolientes exteriorizar su pesar en forma pública. A los familiares del fallecido, la celebración de ritos fúnebres les permite despedirse y aceptar la realidad de que su ser querido se ha marchado para siempre.

    Durante dos semanas el mundo fue testigo de este rito de paso que se realizó para despedir a una monarca británica. Las televisiones del mundo modificaron su programación para que no nos perdamos ni un solo detalle. Los diarios, han dedicado secciones enteras para mostrarnos la opulencia fúnebre con que se despidió a Isabel II.

    Tuvo una vida plena de noventa y seis años. Nació en sábanas de seda y se crió entre lujos y excentricidades sin siquiera saber el precio, o el esfuerzo que cuesta conseguirlo. Creció en palacios y sirvientes que siempre estuvieron a su disposición.

    Por otra parte, aquí en nuestro mundo, hay plebeyos de “sangre roja” que madrugan cada día para ir a trabajar, que se esfuerzan para sacar adelante a sus hijos, que conocen lo que cuesta el pan en sus mesas. Muchos de ellos están hoy velando humildemente a sus seres queridos. Los medios de comunicación no cubrirán esos funerales porque no es noticia, sus cuerpos irán a la fosa y su recuerdo quedará en la memoria de unos cuantos.

    Es un día triste para muchos, pero más triste es que en México hay miles de familias que no pueden siquiera tener un funeral, pues no saben dónde están sus hijos. Sólo un día desaparecieron.

    En el caso de los familiares de los desaparecidos, la ausencia del cuerpo y la imposibilidad de confirmar la muerte, impiden la realización de los rituales de paso, generando un obstáculo en la construcción del proceso de duelo.

    La incertidumbre de la muerte y la ubicación de esos desaparecidos, es el problema principal que enfrentan sus familiares. Incluso conociendo la muerte del ser querido (tal vez por declaraciones testimoniales), la imposibilidad de realizar el funeral constituye una barrera para la elaboración del duelo.

    Al no saber de su paradero y no tener una tumba dónde llorar, sus familias pueden continuar indefinidamente sin aceptar la pérdida, y manteniendo un vínculo con ellos como si aún sobrevivieran.

    Los medios de comunicación masiva quieren hacernos creer que estamos de luto, que lloremos a una señora de “sangre azul” que nunca conocimos y tenemos absolutamente nada en común.

    Yo en cambio, lloro por la muerte de los de aquí abajo, de la plebada que veo todos los días en el transporte público, en la calle y en el trabajo. Pero sobre todo, compadezco a los familiares de los desaparecidos, a los que no tienen dónde llorar o llevar una flor. A las madres, padres, hermanas y hermanos que incluso después de varios años, el dolor y la incertidumbre perduran en sus almas.

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