El eclipse en el ojo de García Márquez

EL OCTAVO DÍA
    Veamos el eclipse mañana con precaución y la mejor intención, sin descuido ni supersticiones.

    Creía yo saber casi todos los detalles interesantes de la vida del escritor Gabriel García Márquez, pero acabo de enterarme de algo curioso que no está en sus libros, entrevistas, biografías y hasta en esas frases apócrifas que, a cada cruel instante, le cuelgan las mitómanas redes sociales.

    Resulta que de niño se lesionó la vista viendo un eclipse solar directamente y eso le dejó un punto ciego en el centro de su ojo izquierdo. El detalle sorprende porque García Márquez, que no era dado a ocultar sus flaquezas personales, nunca tocó el tema en sus libros o artículos periodísticos.

    Me entero del asunto, al saber que su hijo Rodrigo García Barcha, el cineasta, lo reveló en una entrevista con el periodista catalán Xavi Ayén. Cito textual la revelación:

    “Otro dato nuevo es que el escritor había perdido la visión del centro de su ojo izquierdo. “Lo descubrí de casualidad. En México, durante una época, mi padre usó un parche en el ojo, pero yo nunca supe por qué. Ya en sus setentas avanzados, lo llevé a ver a un oculista en Los Ángeles, éste se lo detectó y Gabo respondió: ‘Sí, sí, lo sé, perdí la visión mirando un eclipse de niño”.

    Quizá le daba la pena hacer evidencia de que no fue advertido o atendido bien por su familiares o el haber cometido ese error que parece algo de primer grado y no lo es, por supuesto. No olvidemos que nuestro gran narrador se crió con los abuelos, en una aldea remota de la Guajira colombiana, y ahí abundaban la ignorancia y la superstición, cosas que el vistió de magia y misterio en sus novelas y relatos.

    Para darnos una idea, en su memorias “Vivir para contarla”, García Márquez narra que su padre, farmacéutico errante y telegrafista, le salvó la vida a un Alcalde de uno de esos pueblos porque se había tomado un Alka Seltzer sin disolverlo antes. Era un mundo incomunicado, donde el hielo, los imanes y los dientes postizos, se veían como cosa de magia.

    No solo eso ocurría en Colombia, sino también en México y Sinaloa. Va un ejemplo y por ese lado local, vale la pena recordar una breve experiencia personal.

    Cuando aconteció el eclipse del 11 de julio 1991 a un servidor, le tocó trabajar en el Museo de Arte y ser parte de la campaña difusión y precaución... hasta vino una astrónoma rusa radicada en Culiacán.

    No dentro de nuestros trabajos, pero sí en el ambiente general, recuerdo que vi en la televisión local al cronista de Mazatlán, Don Miguel Valadés Lejarza, hablar del tema e insistir que no era por demás tomar las precauciones para el eclipse.

    Y es que él, en su calidad de excursionista y amante de la fotografía de la naturaleza, conocía testimonios directos de personas del campo que habían tenido lesiones visuales por haber visto un eclipse directamente, sin haber tenido una aviso previo.

    Sobre todo eso había ocurrido con residentes en zonas remotas y sin información que, al ver el fenómeno no atinaban a descifrarlo ni estaban conscientes del riesgo de mirar directamente este proceso cósmico.

    Don Miguel era ya de edad avanzada y había conocido de joven a gente mayor con esas lesiones.

    Volviendo a don Gabriel, su accidente infantil explicaría por qué el tema de un eclipse total de sol es uno de los temas centrales en su novela, “Del amor y otros demonios”, en el cual vemos que un personaje obsesionado con un eclipse e incluso se lesiona la vista viéndolo directamente.

    Yo creía que García Márquez había sacado el tema influido solo por el eclipse del 91, ya que esa novela se publicó en el año 1994, pero por la revelación anterior, el tema era algo muy profundo para él y por eso lo reveló de manera indirecta, como si esa novela fuese un espejo ahumado.

    Cierro mi texto con un fragmento de la novela en donde vemos el momento en que el inseguro sacerdote Cayetano Delaura se reúne con su obispo para ver el eclipse y hablar de una niña, supuestamente endemoniada, que acaba de ser mordida por un perro rabioso. Y vemos cómo se le daña la vista por no tomar precauciones, a pesar de ser un hombre letrado.

    “El padre Cayetano Delaura fue invitado por el obispo a esperar el eclipse bajo la pérgola de campánulas amarillas, el obispo se abanicaba mientras Delaura se mecía a su lado en un mecedor de mimbre.

    Después de las dos empezó a oscurecer, las palomas buscaban sus palomares, “Dios es grande” suspiró el obispo. Hasta los animales lo sienten, el obispo empezó a observar el eclipse a través de un vidrio ahumado y permaneció con el cristal en la mano sin mirar el eclipse. ¿En qué piensas? Le preguntó el obispo, Delaura no le contestó, se puso a mirar el sol con el cristal oscuro y aunque le lastimó la retina, no dejó de mirar.

    “¿Sigues pensando en la niña?, dijo el obispo.

    “Pensaba que el vulgo puede relacionar sus males con este eclipse, contestó Delaura.

    “Tal vez tengan razón contestó el obispo. Las barajas del señor no son fáciles de leer.

    Cayetano, siguió mirando el sol sin el cristal por simple distracción, terminó el eclipse pero Delaura, lo seguía viendo. A donde miraba ahí estaba.

    “Se te quitará dentro de unas horas, contestó el obispo”.

    Fin de la cita. Más, adelante, Delaura va a la celda de la niña acusada de poseída con un parche en el ojo y mantienen un diálogo perturbador.

    Veamos el eclipse mañana con precaución y la mejor intención, sin descuido ni supersticiones.

    -

    domicilioconocido@icloud.com

    Periodismo ético, profesional y útil para ti.

    Suscríbete y ayudanos a seguir
    formando ciudadanos.


    Suscríbete
    Regístrate para leer nuestro artículo
    Esto nos ayuda a identificarte mejor al poder ofrecerte información y servicios justo a tus necesidades al recibir ayuda de nuestros anunciantes.


    ¡Regístrate gratis!