El escándalo de la Universidad de Stanford y su comparación con lo que ocurre en la UAS

    jorge.ibarram@uas.edu.mx
    Es muy revelador notar cómo hay lugares donde todavía los funcionarios acusados sienten algo de pudor al ser exhibidos. En Sinaloa lo que vemos, por el contrario, es un cinismo monumental en las autoridades universitarias, que los lleva a proclamarse mártires y perseguidos políticos.

    En estos días fue noticia en Estados Unidos, la renuncia del Rector de la Universidad de Stanford, el reputado neurocientífico Marc Tessier-Lavigne, luego de que se descubriera que varias de sus publicaciones académicas contienen datos manipulados que restan credibilidad a sus hallazgos.

    La renuncia del Rector se produjo como resultado de un reportaje periodístico que realizó un estudiante de la misma institución, que escribe para el Stanford Daily, en cuya publicación se expusieron las irregularidades en los trabajos académicos de Tessier-Lavigne.

    El escándalo orilló a la conformación de un comité especial que realizó una investigación interna y un informe que fue presentado a la junta directiva de dicha institución. Tras esto, el Rector decidió dimitir de su cargo, “por el bien de la universidad”, dijo él mismo.

    El caso de la Universidad de Stanford ocurre al tiempo que en Sinaloa quedó expuesto el manejo irregular de las finanzas y el control político en la UAS. Es por eso que merece la pena detenerse a comparar cómo se tratan temas similares en otras instituciones del mundo.

    Comencemos con la reacción ante la crítica. Mientras en Stanford, Theo Baker, el estudiante que publicó el reportaje que desencadenó la renuncia del Rector, fue galardonado con el premio Georg Polk; aquí en la UAS, a los estudiantes que alzan la voz se les denosta, y hasta se les priva de sus derechos políticos.

    Recordemos en 2017 el incidente en el que a un estudiante consejero fue bloqueado en su ingreso al Consejo Universitario, por sus críticas en contra de la reelección de Juan Eulogio Guerra Liera, porque al concretarse se hacía más férreo el control del PAS en la UAS, como así ocurrió.

    En cuanto a la prensa, es notorio que en Estados Unidos se tiene en alta estima al periodismo por sus aportes al control del poder; aquí en Sinaloa, sin embargo, las autoridades de la UAS se lanzan en acusaciones contra medios como Noroeste, Río Doce y Revista Espejo, que solo han revelado información pública y de interés general.

    Resulta igualmente interesante comparar cómo las instituciones en uno y otro lado enfrentan las acusaciones en contra de sus autoridades, pues mientras allá se realizan investigaciones internas para aclarar acontecimiento gravosos que pudieran comprometer la reputación de las instituciones; aquí en la UAS han puesto en marcha toda la maquinaria -el consejo, las escuelas y sus directores, los profesores, la radio universitaria y las alianzas con otras universidades- todo con la intención de impedir que los involucrados enfrenten la justicia.

    Por último, es muy revelador notar cómo hay lugares donde todavía los funcionarios acusados sienten algo de pudor al ser exhibidos. En Sinaloa lo que vemos, por el contrario, es un cinismo monumental en las autoridades universitarias, que los lleva a proclamarse mártires y perseguidos políticos.

    De todo lo anterior, lo que podemos concluir es que la corrupción está en cualquier parte. La diferencia estriba solamente en cómo lo aborda la sociedad, sin ni siquiera llegar a instancias judiciales.

    Es decir, se premia o se castiga a las personas que tienen el valor de denunciar; se valora el trabajo de la prensa o se le acusa de enemiga; existe una independencia entre las instituciones y sus autoridades, o estos tienen tanto poder que sobrepasan la legalidad; y para cerrar, queda todavía algo de vergüenza como para renunciar a un cargo público cuando las evidencias son tan contundentes, o le seguimos apostando al cinismo, a los arreglos políticos y a la impunidad.

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