Lo sorprendente en todo caso es que, a diferencia de sus antecesores, López Obrador mantiene ese nivel a pesar de la cadena de pifias, contradicciones y fracasos que marcan a su administración. Parece estar blindado. No le hacen mella temas como la militarización del País, la violencia cotidiana, los homicidios múltiples, los feminicidios, los asesinatos de periodistas, las operaciones terroristas del crimen organizado. Ni el nulo crecimiento económico, el aumento de 2.5 millones de mexicanos en pobreza más o la inflación del 8.70 por ciento...

    @fopinchetti

    SinEmbargo.MX

    Cada vez sorprende más la consistencia que mantiene el Presidente en los niveles de aprobación que reflejan las diversas encuestas. A pesar de los malos resultados de su gobierno en temas altamente sensibles como la economía, la seguridad pública, la salud, la educación, los sondeos indican que mantiene opinión positiva de los ciudadanos de un 60 por ciento, en promedio.

    En seis distintos sondeos publicados en agosto -en vísperas de su Cuarto Informe de Gobierno- Andrés Manuel aprueba con más de 54 por ciento (El Financiero) de las opiniones positivas. De ahí, para arriba: en Reforma obtuvo 61; en Enkoll, el 59; en Buendía y Márquez, el 62; en Demotécnia, el 67, y en Covarrubias y Asociados, el 62 por ciento. Su promedio indica que 62.5 de cada 100 entrevistados lo aprueba.

    Es un fenómeno.

    Intriga todavía más el constatar que en las opiniones sobre su desempeño en áreas específicas sale reprobado por los mismos encuestados que le dan su aprobación mayoritaria. En la encuesta de Reforma del pasado 23 de agosto, por ejemplo, se registra que la percepción ciudadana en materia económica se ha deteriorado en el último año, pues el 53 por ciento consideró que en el último año la economía del País ha empeorado. El porcentaje de personas que se vio afectada por la inflación también aumentó de mayo a agosto de este año: pasó del 71 al 77 por ciento.

    Las opiniones acerca de la seguridad pública también muestran un deterioro importante en dos años. El 41 por ciento de los ciudadanos dijo en agosto de 2020 que la violencia ha aumentado; sin embargo, en agosto de 2022 ese porcentaje pasó a 68.27 puntos más. Similar aumento se registra en las personas que opinaron que la inseguridad y la presencia del crimen organizado también han aumentado. En 2020, 42 de cada 100 dijeron que la presencia del crimen organizado había aumentado; en este 2022, 63 de cada 100 opinan lo mismo: un aumento del 21 por ciento.

    Sin embargo, a la pregunta ¿aprueba o desaprueba la forma como AMLO está haciendo su trabajo como Presidente?, 61 por ciento opina que sí y sólo 33 por ciento dice que no.

    No resulta sencillo dilucidar tamaña contradicción.

    Antes que nada vale la pena matizar. El nivel de aprobación del tabasqueño no es muy superior a los que tuvieron a estas alturas de sus sexenios los presidentes que lo antecedieron. Ernesto Zedillo (1994-2000), Vicente Fox (2000-2006) y Felipe Calderón (2006-20012) tuvieron al cumplir su cuarto año promedios superiores al 52 por ciento. Calderón Hinojosa promedió 64 por ciento en el año de 2010. En contraste, Enrique Peña Nieto estaba ya en plena debacle, por debajo del 30 por ciento de opinión favorable.

    Lo sorprendente en todo caso es que, a diferencia de sus antecesores, López Obrador mantiene ese nivel a pesar de la cadena de pifias, contradicciones y fracasos que marcan a su administración. Parece estar blindado. No le hacen mella temas como la militarización del País, la violencia cotidiana, los homicidios múltiples, los feminicidios, los asesinatos de periodistas, las operaciones terroristas del crimen organizado. Ni el nulo crecimiento económico, el aumento de 2.5 millones de mexicanos en pobreza más o la inflación del 8.70 por ciento. Tampoco la falsa “inauguración” de la refinería de Dos Bocas, el fracaso del aeródromo de Santa Lucía, la dudosa viabilidad financiera y el incremento desmesurado -además de la opacidad- en los costos del Tren Maya y los daños ecológicos y los conflictos jurídicos que ha provocado ese proyecto.

    Algunos atribuyen ese fenómeno al carisma propio del Mandatario. La gente lo quiere y le cree. No importa qué haga o deje de hacer. Efectivamente proyecta la imagen de un tipo honesto, incapaz de robarse un centavo. Como si mentir, difamar, acusar sin pruebas, solapar y encubrir a los corruptos de su entorno, o el manejo criminal de la pandemia del Covid-19 en función de intereses políticos electorales, la opacidad en el manejo de los recursos, la asignación directa, sin licitar de ocho de cada 10 contratos de obra pública, no fueran actos de flagrante deshonestidad.

    Hay también, no pocos, quienes todavía lo creen un “hombre de izquierda” y justifican a ultranza sus yerros al atribuirlos a las fuerzas reaccionarias que se oponen al cambio. Esos soñadores, muchos de buena fe, se solazan de que por fin nuestro país tiene un “gobierno de izquierda”, sin ver que todas las medidas tomadas por su líder van en el sentido contrario. ¿O la militarización del País es una decisión de izquierda? ¿Dónde está la reforma fiscal que auspicie de fondo una mayor equidad y justicia social? ¿Es producto de una acción gubernamental a favor de los más desvalidos el incremento de mexicanos en situación de pobreza y pobreza extrema? ¿Ha habido acaso algún cambio estructural, uno sólo, en estos cuatro años de gobierno “de izquierda”?. Sin respuestas a esos cuestionamientos, sin embargo, le mantienen su apoyo, algunos de manera radical... y hasta violenta.

    No cabe duda que ha sido eficaz en el manejo de la opinión pública. Sus conferencias de prensa matutinas, llamadas “mañaneras”, son un instrumento de propaganda muy poderoso. Más de lo que se supone. Permiten una presencia diaria, cotidiana del Presidente de la República, cuyas informaciones y afirmaciones no tienen posibilidad de réplica. Contesta solo lo que le da la gana e inclusive usa a falsos “comunicadores” para que le formulen preguntas cómodas o inclusive preparadas por su oficina. Y nada le afecta.

    Otra explicación radica en la descalificación cotidiana de los medios de comunicación, a base de mentiras y difamaciones. Hoy, todos los periodistas críticos del gobierno somos corruptos y “chayoteros”, cómplices de los conservadores, que lo único que buscamos es el regreso de las prebendas y canonjías de que disfrutábamos “en la época neoliberal”. Mucha gente le cree, sin duda. Eso debilita, desacredita evidentemente la fuerza de las denuncias periodísticas que difunden algunos medios, a pesar de estar basadas en investigaciones profesionales y serias. Mucha gente asume que son “ataques” basados en falsedades, como afirma AMLO. Esa apreciación es un logro suyo, hay que reconocerlo.

    También ha sido eficaz en la satanización de los “adversarios” y los “neoliberales” y sus aliados, entre los que coloca no solamente a los empresarios sino a los científicos, a los intelectuales y hasta a los religiosos, como ocurrió en el caso de los jesuitas que protestaron por el asesinato artero de dos miembros de su congregación en un poblado de la Sierra Tarahumara. Eso, y por supuesto el endoso de culpas a los gobernantes anteriores. De todos los males que padecemos -en materia de seguridad, economía, salud, educación- él y su gobierno no tienen ninguna responsabilidad: todo lo heredaron de los gobiernos neoliberales, infames y corruptos. Y punto.

    Finalmente, el tema que a mí me parece fundamental para explicar el fenómeno AMLO es la eficacia del uso de los programas sociales. Las dádivas que el “gobierno del bienestar” entrega a adultos mayores, a jóvenes, a campesinos, a estudiantes, tiene un efecto descomunal. El manejo mañoso del tema como un regalo casi personal de Andrés Manuel ha sido exitoso. “La tarjeta del Peje”, le llaman muchos al plástico que da acceso al recurso bimestral.

    Sobre todo en el caso de los viejitos. Como quiera, son 3 mil 850 pesos que reciben cada dos meses. Muy buenos. El agradecimiento que les provoca su pensión se extiende además a los miembros de su familia, para lo que resulta un alivio para sus responsabilidades... de paso. Y tiene así un efecto multiplicador, sobre todo en el contexto de una cultura popular tan proclive y sensible a la dádiva, a lo gratis, al regalo. La gran mentira que difunde Morena con fines abiertamente electorales es que si los neoliberales regresan al poder suspenderán esas entregas, no obstante ser ya beneficios inscritos en la Constitución.

    El caso es que, como a las piñatas de cartón, a AMLO no lo quiebran con nada. Hasta que el mecate se reviente. Válgame.

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