Quiero comenzar con un tema obvio que debemos hacer explícito: el Golfo de México es un territorio, un territorio marino que hoy está en disputa. En él hay bienes comunes de los que dependen millones de personas que viven en las costas de México, Estados Unidos y Cuba y no un espacio vacío en espera de ser explotado.
Con intención hago notar esto porque los gobiernos de México y Estados Unidos, durante años, han explotado el Golfo de México para extraer petróleo. Sin importar la depredación de esta actividad, la muerte de animales marinos que provoca, ni el deterioro de las economías costeras que dependen de un océano vivo.
En México, desde hace casi 100 años hemos construido una identidad vinculada al petróleo. Celebramos cada 18 de marzo la expropiación petrolera de 1938, y la narrativa de la clase política se quedó estancada en los años 70, cuando el petróleo fue fundamental para la economía del País.
Pero el mundo cambió y los gobiernos de México se niegan a aceptarlo.
En primer lugar, la reforma de Peña Nieto de 2014 abrió el Golfo de México al mejor postor. La tan celebrada expropiación petrolera ha quedado nulificada, dado que Pemex no puede explorar ni explotar en aguas profundas y tiene que celebrar contratos con empresas transnacionales. Con esto, el discurso de “soberanía energética” resulta ser un engaño.
Segundo, la bonanza petrolera -que principalmente sirvió para enriquecer a políticos priistas- murió hace más de 20 años. Lo que hoy existe es un declive pronunciado en los pozos petroleros. A esto tenemos que sumarle que Pemex lleva años de pérdidas y sobrevive por la inyección constante de nuestros impuestos. Antes, Pemex daba recursos a nuestro País; hoy se los chupa.
Pero lo más grave es que son las empresas trasnacionales quienes tienen en sus manos el futuro de la extracción de hidrocarburos y reclaman nuestro petróleo para enriquecerse a costa del pueblo mexicano. Son ellas también quienes lo derraman y destruyen nuestros océanos. Recordemos el fatídico accidente de la plataforma Deepwater Horizon que en 2010 aniquiló vidas humanas, animales y dañó el ecosistema como pocos.
Al Gobierno federal se le olvidaron sus compromisos climáticos de reducción de emisiones que requieren dejar de extraer petróleo en el Golfo de México y plantear esquemas justos de transición energética.
Pero lo que más duele es que al gobierno federal se le ha olvidado que en el Golfo de México existen personas que subsisten pese a Pemex, que es un lastre financiero que ocasiona desastres constantes, y a las empresas petroleras. Estas personas, cerca de 15 millones de mexicanas y mexicanos, dependen de la salud del Golfo de México, que constantemente se ve amenazada por los derrames petroleros.
El 23 de octubre, la Facultad de Ciencias de la UNAM y Oceana organizaron un foro para discutir el presente del Golfo de México, su importancia biológica y los retos de la extracción petrolera, pero, sobre todo, para imaginar un futuro que atienda las prioridades socioambientales.
La conclusión de las mesas de discusión fue contundente: el petróleo va en declive y extraerlo será cada vez más costoso y riesgoso para la salud del océano y el bienestar de las familias costeras.
La solución es clara: necesitamos frenar la exploración y explotación petrolera en aguas profundas y caminar hacia una transición energética justa que nos permita depender menos de un petróleo que ya no extraeremos nosotros, sino las empresas extranjeras.
Comencé diciendo que el Golfo de México es un territorio marino que hoy está en disputa con la codicia de empresas internacionales y la falta de acción gubernamental. Lo que está en juego es el futuro de millones de mexicanas y mexicanos, entre ellos más de 90 mil familias de personas pescadoras que dependen y merecen un océano vivo, no uno contaminado por la actividad petrolera.
La pregunta no es si podemos cambiar de rumbo. La pregunta es: ¿lo haremos antes de que sea demasiado tarde?
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La autora es Renata Terrazas, directora ejecutiva de Oceana en México