El gusto -y el problema- de la historia visual entre nosotros
Una de las grandes ventajas de la modernidad son las oportunidades de compartir imágenes que antes eran remotas, inasequibles y carísimas de reproducir.
Antes, para ver una imagen del pasado de Sinaloa había que esperar que la prensa local reseñase un hecho del ayer para ver cómo ha cambiado o cómo no ha cambiado esta indómita marisma. Teníamos poco acervo fotográfico disponible, comparado con otras entidades.
La opción gráfica por años correspondió en Mazatlán al señor Carlos “Chale” Salazar Cordero, quien con su revista “Album del recuerdo” nos daba una visión panorámica de lo que él había vivido y le habían contado sus mayores.
También el cronista deportivo Rafael Reyes Nájera, “Kid Alto”, efectuaba recuentos en los diarios locales, mientras que muy a su estilo el ingeniero Leopoldo Reyes “Pepe Grillo” lo emprendía con el Carnaval.
En Culiacán, una figura equivalente que atesoró invaluables imágenes fue don Miguel Tamayo. Su colección de fotos antiguas sigue siendo el referente principal, en particular las gráficas que colectó sobre la Revolución en Sinaloa.
La crónica viva correspondía en Mazatlán a don Miguel Valadés Lejarza, a quien era posible ver en la televisión local narrando los sucesos que sacudían en el pasado a nuestra patria íntima, como decía el poeta Ramón López Velarde. Reportero gráfìco de joven, don Miguel tomó la famosa foto del asesinato del Gobernador Loaiza.
Otra foto más noble corresponde a un sueño suyo: siempre quiso capturar una imagen del juego del Ulama que diese la coincidencia de salir idéntica a las posturas que vemos en los códices. Y lo logró.
Don Alfonso Patrón Careaga era otro acucioso buscador de las verdades que hoy nos definen y fincan nuestro presente. En un tiempo sin internet, mandaba pacientes cartas a museos oceanográficos de Europa y Estados Unidos buscando huellas del pasado marítimo del Mar de Cortés.
Olvidada, está la voz de doña Elena Vázquez de Somellera, quien rescató los viejos pregones del casco antiguo de la población en un largo poema que por fortuna alcancé a escucharle de viva voz. Y a su manera, los apócrifos poemas de “El arroyo de los perros” nos acercan a ese Sinaloa coloquial de humor irreverente.
La tele local de Culiacán hizo lo suyo y recuerdo haber visto en “La banqueta” un nutrido panel local sobre los “entierros” de oro en la zona del centro del estado. Sumemos la tradición de cronistas en Guamúchil y Mocorito, más la entusiasta generación de Presagio y los trabajos de Antonio Nakayama, Rina Cuéllar y Gilberto López Alanís.
Así fue hasta que entramos a la ráfaga de la tecnología y la imagen.
Hoy circulan fotografías en la web de los ángulos más inesperados y hasta más obtusos.
Personas como Gustavo Gama, Peche Rice, Manuel Gómez Rubio y muchos más han emprendido una labor de recopilación generosa. También hay ensayos de académicos de peso como Guillermo Ibarra y Luis Antonio Martínez Peña. Cobra gran actualidad el muy objetivo libro de Francisco Padilla sobre los conflictos del cardenismo y el reparto de la tierra.
El esfuerzo es loable. La identidad está hecha a base de presencias.
Saber de dónde venimos nos hace contraer una obligación y un destino.
Hoy, el sinaloense promedio, con acceso a internet, tiene un canal más directo no solo con la nostalgia, sino con los acontecimientos históricos.
Pero la imagen no sólo es la historia... todavía seguimos diciendo que Mazatlán tiene el segundo faro natural más grande del mundo y, en los años 90, don Sergio Pruneda encontró unas cartas náuticas de Italia donde se veían faros en cerros mucho más altos que nuestro Crestón.
Por estos días es muy discutida la ocasión que el Ayuntamiento quiso conmemorar los 400 años de Mazatlán... cuando no tenemos ningún edificio colonial y los más antiguos son la Capilla de San José y la Aduana Marítima. Y las cartas de las Nao de China sólo mencionan Chametla en pocas ocasiones.
El rigor histórico no siempre puede ir de la mano de la premura o el orgullo para compartir las cosas. Debemos entender que una cosa es el cronista que nos recupera y mantiene las tradiciones orales o hemerográficas y la otra el historiador dotado de un background referencial, un aparato técnico y a veces un cubículo en una institución misericordiosa que le permite tener internet gratis y aire acondicionado.
Es muy sano y grato ver en las páginas a los internautas analizando las fotos, rescatando anécdotas o discutiendo si una calle es la que creemos que es o se trata de otra. El problema son las alteraciones con el color: los lingotes de la Calle Oro en Mazatlán, puestos en la banqueta de ayer y en las fotos coloreadas de hoy, no eran dorados ni brillantes, sino grises porque fueron de plata.
Y hace poco un cronista bien intencionado escribió que el pueblo de La Noria había sido incendiado por los franceses... cuando en realidad está comprobado que lo hicieron los juaristas, enervados por su apoyo al gobierno de los conservadores. Tan es así, que se tuvo que pedir permiso para volver a habitar esa zona, años después de que expulsamos a los franceses.
Cuidemos la historia porque es el más poderoso patrimonio de todos. Otros pueblos están montados sobre un gran vacío que les duele. No querramos modificar nuestro legado de un plumazo, o un simple golpe de cursor en una dócil pantalla, para ser aplaudidos una semana en las olvidadizas y volubles redes sociales.